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Meses antes de su partida, Diego sorprendió a sus íntimos con una frase que quedó rebotando en los presentes en aquella tertulia en la casa que habitaba en Brandsen.

 

Ella vio y escuchó toda la escena, testigo muda de la premonición que Diego soltó, arrebatada, inesperada. Se trata de la réplica de la Copa del Mundo que descansaba en el estante sobre el hogar de la sala de la casa de Diego Maradona en Brandsen, la anteúltima a la que se mudó antes de su última morada en Tigre, donde murió aquel nefasto noviembre de 2020.

El trofeo, al que el Diez no dejaba tocar a nadie, sabía que hablaban de él. Y abrió sus oídos, tal como lo hicieron los presentes esa mañana de tertulia entre mates con edulcorante. Matías Morla, su abogado, Maxi Pomargo, la persona que lo acompañaba a sol y a sombra, y Sebastián Sanchi, jefe de prensa, integraban la mesa amplia al momento del vaticinio que dejó a todos sin aliento, aunque entonces creyeron que se trataba de una frase maradoniana más lanzada al viento.

 

Precisamente la réplica resultó el disparador para la charla. Es que el fútbol ocupaba el 80% de las conversaciones en las reuniones con Diego en el centro de la escena. Uno de los participantes, que siempre había querido tomarse la mentada foto, pero cuyos esfuerzos resultaron infructuosos porque “somos pocos los que conocemos cuánto pesa la Copa del Mundo”, le tiró de la lengua. Le consultó qué se sentía ser campeón mundial con Argentina.

Ahí, Pelusa se reclinó en el sillón, sorbió un mate para crear el clima, y se largó a hablar. Dijo que cuando dio la vuelta olímpica con el Napoli jamás hubiera imaginado todo lo que iba vivir, la locura de los tifosi, los límites insospechados de la pasión, o la pasión directamente sin red. “Pero lo que sentí cuando fuimos campeones del mundo en el 86 nunca lo volví a vivir”, remató, nostálgico.

 

La pregunta, entonces, quedó en la puerta, con ansias de salir. Pero ninguno se animaba a formularla. Hubo algunos rodeos hasta que uno de los presentes se arriesgó, porque Diego “lo defendía mucho, y con el correr de los años cada vez más, y ya le molestaban las comparaciones”. “¿Por qué a Messi no se le da?”, saltó al vacío alguien de la audiencia.

Maradona suspiró. Estiró un par de “e” para enlazar la idea y ofreció un análisis desordenado, Mundial por Mundial, de lo que había atravesado la Pulga. El 2006, por ejemplo, lo comparó con su 1978. “Le pasó lo mismo que a mí, el técnico entendió que todavía no estaba del todo maduro. La diferencia es que a él sí lo llevaron al Mundial, pero lo pagó no jugando en el partido decisivo”, subrayó.

 

En 2010 el dolor fue doble, porque Pelusa era el entrenador, compartieron horas y horas de intimidad, si hasta le dio consejos para desatar la zurda en los tiros libres… Y vaya si lo hizo. Pero Alemania no tuvo contemplaciones y el sueño se quedó sin combustible en cuartos de final.

El 2018 no fue una sorpresa para Diego, crítico a ultranza de la era Sampaoli, al punto que el astro osó cuestionar al DT en pleno sorteo del Mundial de Rusia, activando una tormenta impensada, una más de las decenas que anidaron en el efervescente ciclo. “Argentina tiene que pasar de ronda, porque el grupo es accesible y porque tiene que mejorar. No puede jugar tan mal como lo está haciendo”, soltó desde el escenario, con la pólvora ardiendo.

Y 2014, en su reflexión, fue el Mundial que parecía prefijado para Messi. “Ahí perdimos por cosas del fútbol. En la final faltó la cuota de suerte que tuvimos en México 86. Porque la suerte juega, ¿eh?”, enfatizó.

La charla, entonces, derivó en las presiones que acompañan a Messi, sobre todo cuando se calza la camiseta albiceleste. Los cuestionamientos, las finales perdidas (cadena que se cortó en la Copa América 2021 ni más ni menos que en el Maracaná)… Fue ahí que, de repente, sin siquiera ofrecer pistas, Maradona le puso el sello a su premonición.

 

“Para mí Lío va a salir campeón del mundo cuando yo ya no esté”, rubricó, y sumergió a la sala en el silencio. Tras las miradas cruzadas, uno de los presentes se lanzó sobre la bomba. “No me dan las cuentas”, bromeó, para distender. “A Messi le quedan uno o dos Mundiales, depende de lo que él quiera”, insistió, por la edición en Qatar y el de 2026 en Estados Unidos-México y Canadá. “Y a vos todavía te quedan muchos años”, agregó la misma voz, que consiguió el objetivo de romper el clima.

Claro que, más allá del oportuno cambio de página, aquella conversación quedó rebotando en las mentes de todos los que rodearon a Maradona en aquella mañana de mates edulcorados. Y la frase empezó a emerger, con fuerza propia, sin necesidad de que la invocaran, en cada paso que dio Argentina en el Mundial de Qatar, donde los 36 años de sequía en el máximo certamen a nivel selecciones quedaron atrás luego del triunfo por penales ante Francia.

La Copa, testigo desde una repisa de esa sentencia visceral de Diego, desde el domingo 18 de diciembre se pasea en las manos de Messi. En algo falló Maradona en su premonición. Porque está presente. Como reza la canción que se hizo himno, “en el cielo lo podemos ver, con Don Diego y con la Tota, alentándolo a Lionel”.

 

fuente: infobae

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