Los jugadores argentinos se tocan el orgullo con la mano. Lo tienen ahí, palpable. Lo ven, les duele. Están heridos. Ahora no se trata de finales perdidas o de falta de reconocimiento. Esta vez se sienten demasiado cerca de un extraño precipicio, el que los puede hacer caer del mapa de Rusia 2018. En ese contexto enfrentarán desde las 20.45 a Brasil, con televisación de la TV Pública y TyC Sports.

Falta mucho, es cierto, y es exagerado, pero los jugadores de la Selección Nacional suelen ser extremistas en sus sentimientos y están al límite de su sensibilidad: la tabla de posiciones les pega una trompada que nunca vieron venir. Por eso, el partido de hoy ante Brasil se puede ver como una gran oportunidad, pero también como un riesgo enorme. Argentina podría salir fortalecida, recuperada en lo anímico, pero también se podría volver de Belo Horizonte con una herida aún más profunda. El resultado tendrá un peso desmesurado en cualquiera de las direcciones. Y no se trata de exitismo, es una lectura de la realidad.

Por primera vez en mucho tiempo estos jugadores hacen cuentas, miran el fixture de los rivales y no se les escapa que hoy pueden empezar el clásico hasta en un séptimo puesto si Paraguay supera a Perú, algo más que probable. Se trata de una Argentina con el corazón al descubierto, tocada en lo más profundo de su orgullo. Dijo el Kun Agüero, con la sinceridad que lo caracteriza: “Para nosotros no estar en el Mundial sería lo más doloroso de nuestra carrera y de nuestra vida. Pero no debemos pensar en eso”. Sin embargo lo piensan y de eso hablaron en la reunión de unos quince minutos que tuvieron el martes, tras la llegada de Messi y Mascherano. Allí Bauza apeló más a ese aspecto anímico que a lo táctico, a recordarles, como dice el Patón, de dónde vienen, o como decía Bielsa, a invocar al espíritu amateur de cada uno. Y Messi hizo algo parecido.

Todos los jugadores hicieron en estos días alguna referencia a la clasificación que se complicó más de lo esperado. Saben que queda mucho por jugar, pero especulan con que si de estos seis puntos la cosecha baja de cuatro no pasarán las mejores Fiestas de fin de año y estarán cuatro meses, hasta la próxima doble jornada de marzo, afuera del Mundial, con la tabla en la cabeza. A nadie le gusta esa foto.

Por eso el partido de esta noche lo imaginan como un quiebre. Quieren que sea un quiebre. Ya han pasado por situaciones similares, con Sabella en Barranquilla por ejemplo, aunque no tan potencialmente traumáticas. Y han salido con éxito.

Por espectativas, presión y adrenalina es una final del mundo, un partido que deja huellas, un antes y un después. Será un examen en lo futbolístico, donde el equipo no viene aprobando, y desde lo anímico, y allí preocupa la reacción ante un gol de Brasil, si esto sucede.

El plan de sostener el cero y esperar la ventaja a través de un contragolpe o de una iluminación de Messi les cierra y lo entienden como posible. Un equipo corto, solidario, al estilo Bauza, pero con Messi suelto arriba. En ese contexto la mística es más fácil de conseguir, el esfuerzo cotiza y contagia. Hay un rendimiento positivo posible. La duda no está en la transpiración sino en el juego. Y allí es donde Argentina necesita un salto de calidad. Se lo puede dar Messi, pero no sólo Messi. Los demás jugadores se lo deben a sí mismos.

Del otro lado Brasil llega agrandado, es cierto. Lleva cuatro triunfos al hilo y tiene a Neymar en estado de gracia, liberado de las presiones que sufría antes de los Juegos Olímpicos. Tiene también a Dani Alves, como salida y llegada, a Gabriel Jesús en racha goleadora. A Philippe Coutinho y su pegada. El objetivo de lavar la afrenta del 7 a 1 con Alemania es más un reclamo de la prensa y tal vez de la gente, que de este plantel que es bastante diferente a aquel de Scolari. Pero vuelven al lugar del crimen y el morbo parece inevitable. Comparando exigencias, el equipo de Tite aparece con más margen, con mucho menos que perder.

Argentina, en cambio, pone todo su presente de incertidumbre en el césped del Mineirao. Sus dudas, su identidad en proceso, su incomodidad en la tabla de posiciones. Puede sonar exagerado, pero para los jugadores de la Selección es como una final del mundo. Con una ventaja: sirve empatar.

Fuente: Clarín

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