Una nueva entrega por capítulos de la novela “Los perros asesinos II”

Como viene ocurriendo desde hace meses, la novela del escritor Segundo Díaz, se sigue compartiendo entre los lectores de Diario Cuarto Poder. Esta vez se trata del capítulo 5 de esta obra relacionada con la dictadura militar argentina.

Los Perros Asesinos II – Capítulo 5

Esa noche previa al día que se me notifica la condena, una voz interior empujada por mi sed de venganza pareció hablarme. Jalonada por mi aquiescencia escuché que decía “Horacio mantente firme”. El timbre de esa voz sonaba amable y reconfortante como la de un viejo amigo que venía a traerme esperanza. “Tu sed de revancha tarde o temprano será saciada”. Después se aletargó, y hallé que su voz se desgranaba reparadora “Pronto dios querrá que seas testigo de su ira. Habrá un castigo divino, donde tú y muchos otros podrán cobrarse con creces las injusticias sufridas”. Más tarde hizo una pausa y ya no parecía tan amigable sino profética, porque comenzó a retumbar para mis adentros. “Será terrible, tanto que llegarás a sentir compasión por tus enemigos y a desear que nunca hubiera caído sobre ellos la ira de dios. Pero nadie quedará eximido, ni siquiera tú. Todos pagarán sus acreencias, quien más, quien menos”. De pronto quise que se callara porque dentro de mi cabeza se dejaba escuchar cada vez más terrible y sobrecogedora, pero preñada de advertencias subsistió implacable por sobre mis deseos. “Habrá un nuevo amo, y se invertirán la persecución y la iniquidad en contra de aquellos que la venían practicando. Los falsos profetas enrollarán y guardarán por un largo tiempo las banderas de sus engañadoras promesas. El tiempo será el que se encargue de hacer cumplir estas profecías. Los sedientos de justicia y equidad beberán de esa vertiente para mitigar con venganza la maldad sufrida…” En medio de la noche desperté en mi calabozo (confinado aún en el pabellón de encausados) conmovido todavía por la dureza de la revelación, y ya no tan convencido que con desgracias ajenas pudiera remediar las propias. Pero a esta altura era indudable que a fuerza de vejámenes y padecimientos había aprendido a odiar y que en esa voz nacida de mi conciencia se condensaba todo el mal que brotaban de las pústulas de mi desgracia.
Ese odio en principio tuvo un nombre, un rostro, Justiniano Perez, el sindicalista. No obstante, era él solo un eslabón de una larga cadena de complicidades. ¿No fue acaso también la policía, el poder político y el judicial los responsables de acomodar las piezas para que se me dictara una condena injusta? ¿Cuál había sido mi pecado para que se orquestara tamaña infamia en mi contra? Entendía que ninguna… solo el haber caído inocentemente bajo las robustas patas de la mesa del poder. Deduje entonces que debido a las circunstancias imposible me resultaría escapar a mi destino. También tenía masticado y digerido que no era esta una caprichosa conspiración, sino una frecuente e insidiosa práctica ejercida por los nepotistas, cuyo blanco siempre se centraba, llegado el caso, sobre el común de la gente ( individuos como yo, sin relaciones directas o indirectas con ese entorno).
En definitiva, a raíz de mi desgracia, caí en cuenta acerca de una cruda realidad: el pueblo llano estaba compuesto por ciudadanos que sólo resultaban funcionales a las instituciones cuando a los vampiros de la política les convenía, y que esos ciudadanos comunes podrían ser tratados de manera arbitraria y solapada por quienes desde sus poltronas se habían acostumbrado a verlos como simples vasallos. Lo más patético era que nosotros mismos (los ciudadanos) le habíamos otorgado el poder a estos monstruos que estaban allí manejando las instituciones, sedientos de nepotismo. Un simulacro de comicios era la vía utilizada para erigirse como nuestros representantes. Irrelevante resultaba nuestra voluntad dentro del cuarto oscuro, porque de antemano los más hábiles e inescrupulosos acomodan las fichas para verse beneficiados en los escrutinios. Maldije el canallesco obrar, la vil puesta en escena, la charada que los convertía en señores de la legitimidad subvertida.
Pensé entonces con amargura que las democracias no eran más que otra forma de tiranía, una más organizada y tenebrosa, legitimada en elecciones que se suponían libres, pero desde siempre apadrinadas por el fraude…
Mientras transitaba el patio que separaba el pabellón de encausados del de condenados tuve ganas de echarle en cara a los guardia cárceles que hacían el traslado todas esas verdades junto con la iniquidad perpetrada en mi contra, pero callé entendiendo que ellos mismos eran minúsculas (pero aceitadas) piezas del perverso sistema, y no encontré el sentido ni las fuerzas suficientes para protestar ante estos cómplices.
Mis carceleros apuntaron la nueva celda. No dudé que en mi nuevo encierro (el definitivo hasta que se cumpliera la condena) la lógica del régimen carcelario también aquí estaría presente, lo que implicaba que las celdas eran compartidas solo por iguales, homicidas con homicidas, por ejemplo… Entonces no hacía falta ser muy perspicaz para dar por sentado que los otros dos individuos que se hallaban ya adentro y ,con los que compartiría encierro, estaban allí por hechos de sangre… Una justificada desconfianza me sacudió al atravesar el umbral del minúsculo calabozo que sería de aquí en adelante mi nuevo hogar.
-Pasa- dijo uno de los reos, un individuo flaco y de mediana edad-.Bienvenido pibe a nuestros aposentos. Disculpa el desorden, es que todavía no llegó la muchacha, jajaja- continuó en tono burlón-. Soy el Quema Rancho, y ese que ves allá el Casche Molina.
-No hables por mí- reclamó con firmeza el otro individuo a su compañero desde su litera-, cuando vas a terminar de entender que no quiero intermediarios, que yo me avengo solo.
El nombrado Casche Molina saltó de la litera y tomando de un mugriento esquinero una revista de historietas se la aventó por la cabeza al Quema Rancho, en abierta reprimenda. No me cupo ninguna duda que con esa acción quería demostrarme acerca de quién mandaba allí. Me sentí inerme ante la perspectiva de encontrarme ahora dentro del infierno tan temido por los reos novatos (como yo): la selva donde se impone la ley del más fuerte.
Desde sus camastros, ambos comenzaron a observar mis movimientos…¿Eran los depredadores y yo la presa?… El Quema Rancho me señaló la única litera desocupada, esa sería mi cama a partir de ahora. Arrojé sobre ella los pocos bártulos que trasladaba conmigo y me dejé caer con un desencanto atroz.

 

Datos del autor

Segundo Orlando Díaz, escritor, poeta y periodista tucumano. Publicó los libros, “Mis parientes rurales” (relatos cortos); “Canto del Enamorado” (poesía); “El paraje encantado” (novela de terror); “Los perros asesinos” (novela histórica); “Los detectives holográficos” (novela de ciencia ficción) y su última publicación fue “Relatos Subliminales” (cuentos breves).

Segundo Díaz escritor
El escritor tucumano Segundo Díaz.

Recibió distinciones y reconocimientos a lo largo de su trayectoria. Algunos de sus trabajos, tanto literarios como periodísticos, han sido publicados por Diario Cuarto Poder, del que es asiduo colaborador.

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