Por Fabián Seidán – Editor general de Diario Cuarto Poder

La reciente suba del boleto de colectivo es una muestra más de lo alejado que está la clase política de la gente.

A muchos políticos -por no decir todos, ya que no es bueno generalizar-, parece que no les importa la situación que atraviesa el común del pueblo argentino (trabajadores, jubilados y aquellos que no cuentan con una fuente laboral y que les toca vivir de un subsidio) y los malabares que tiene que hacer a diario para mantener sus cuentas y hogar a flote, en medio de una economía argentina vapuleada, golpeada con una severa crisis cambiaria e inflación.

Y digo “no les importa”, porque desde que tengo memoria, los veo rasgándose las vestiduras, diciendo que trabajan para el pueblo, llenándose la boca de frases estoicas, llenas de justicia social y hasta se animan a soltar promesas insondables, pero a la corta o a la larga, siempre terminarán desilusionando y traicionando el voto de confianza que le dio la gente en las urnas.

Porque no se entiende cómo puede ser que luego de decir, y repetir tantas veces, que no se iba a ceder ante las extorsivas exigencias del sector empresario del transporte público de pasajeros sobre el pedido de un nuevo aumento del boleto, la Municipalidad de San Miguel de Tucumán y su “honorable” Concejo Deliberante, asintieron sin miramientos a la suba. Así, se pasó de un valor del viaje de $12,50 a $15,50, sólo para movilizarse por el ejido capitalino.

Si bien desde la Asociación de Empresarios del Transporte Automotor de Tucumán (AETAT), se venía solicitando que la tarifa pasase a costar $21,00, lo cierto es que siempre se tiran cifras muy elevadas, rimbombantes (hasta se habló de $35,00 para no ser “deficitaria”) para luego acordar un valor medianamente importante y conveniente (claro, para ellos).

Uno de los que más negaba su apoyo a la suba del boleto era Dante Loza, presidente de la comisión de Transporte, pero quien a último momento se dio vuelta como panqueque en el aire y votó a favor del aumento, no sin antes culpar de empujarlo a asumir tal decisión a Mauricio Macri: “Estamos en una situación muy difícil, con una crisis que no cesa y con una inflación sin control. No son cosas que nos ponen bien, porque afecta al bolsillo de la gente que usa el transporte todos los días, que son quienes menos tienen. Lamentablemente, es una decisión para que el servicio no se resienta”, señaló el concejal que -de seguro- no viaja en colectivo.

Otro, que se mostraba reacio a aprobar la suba era el presidente del Concejo, Armando “Cacho” Cortalezzi: “No están los ánimos para aumentar el transporte”; pero fue al recinto y levantó la mano a favor del incremento como águila en pleno vuelo.

Los políticos que aprobaron la nueva suba –se trata de la segunda siete meses (en febrero el boleto había pasado a costar de $ 9,35 a $ 12,50)-, se olvidaron una vez más de la gente, porque sólo miraron la situación de las empresas (de los empresarios), que lo mejor que saben hacer es “llorar” siempre, para pagar menos y ganar más. Obvio.

Hoy en día el servicio de transporte urbano de pasajeros de Tucumán es el sexto más caro del país, cuando el año pasado, más o menos para esta fecha, el boleto de colectivo urbano de Tucumán era el décimo segundo más caro. Avanzó mucho con las subas gracias a los concejales que no hacen lo mismo cuando se trata de controlar el servicio que prestan estas empresas, porque deberían ver cómo circulan, si cumplen con las normativas, con la higiene de las unidades, con el salario de sus empleados, etc., etc., etc.

Pero no son sólo los concejales capitalinos los que maltratan a la gente, ni tampoco sólo las autoridades municipales, sino todo el arco político: desde el Presidente de la Nación, que prometió al asumir graciosamente “pobreza cero” para todos los argentinos (sin antes ver qué país recibía de su antecesor); hasta el último delegado comunal del pueblo más recóndito de la provincia más alejada de nuestro territorio.

Por lo visto, ellos (los políticos, claro) siempre salvan su traje, y trabajan mucho para ellos mismos, ya que cuando piden esfuerzos al pueblo frente a una crisis, lo hacen contando sus sueldos opulentos y alto estándar de vida, otros aprovechando la oportunidad para meter a toda su familia a vivir del Estado (como el gobernador José Alperovich), o la propia ex presidenta Cristina Fernández de Kirchner, que supo hacer muchos millones de pesos (y de dólares) a costa del Estado y con sus amigos empresarios (como está surgiendo de investigaciones judiciales).

Por lo visto, el pobre siempre va a ser pobre en este país, y será el que eternamente ponga el lomo y pague los platos rotos, los ajustes económicos y todos los desaciertos de los políticos de turno.

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