El mismo día del censo nacional en que murió Néstor Kirchner, el miércoles 27 de octubre de 2010, el cardenal arzobispo de Buenos Aires, Jorge Bergoglio, a quien el difunto ex presidente había tildado de “jefe de la oposición” y “diablo con sotana”, ofició una misa por su alma en la Catedral.

Eran las 18 horas de ese día inolvidable y, mientras la gente se reunía en la Plaza de Mayo para el último adiós, Bergoglio, acompañado por sus obispos auxiliares, Joaquín Sucunza y Eduardo García, llamaba a acompañar en el dolor a la Presidente, a sus hijos, a los amigos y a los compañeros de militancia.

Pero también pedía dejar de lado “las posturas antagónicas” y “las banderías” frente “a la contundencia de la muerte”.

En primera fila, lo escuchaban la entonces diputada nacional, Gabriela Michetti, y el ex jefe de gobierno porteño Enrique Olivera (otro referente, ya fallecido, que había padecido las furias oficiales). También estuvieron presentes el rabino Sergio Bergman, el entonces ministro de Educación porteño, Esteban Bullrich, los ex jefes de gobierno Jorge Telerman y Aníbal Ibarra, los dirigentes gremiales Miguel Angel Paniagua, Rubén Bassi y Oscar Mangone, todos enrolados en la CGT moyanista. El único funcionario nacional presente fue Juan Landaburu, subsecretario de Culto, en ausencia de Guillermo Oliveri que estaba de viaje.

Ningún representante de peso del gobierno nacional estuvo en la Catedral.

Ningún referente del kirchnerismo escuchó a Bergoglio decir: “Hoy estamos aquí para rezar por un hombre que se llama Néstor, que fue recibido por las manos de Dios y que en su momento fue ungido por su pueblo”.

La misa que presidió Bergoglio fue un gesto en las antípodas del sectarismo oficial, que no cedió ni ante lo que el futuro Papa llamó “la contundencia de la muerte”. El velatorio de Néstor Kirchner no se llevó a cabo en el Congreso -como hubiera indicado la tradición- sino en la Casa de Gobierno, donde un prolijo filtro impidió la presencia de varios referentes de la oposición.

Antes de pronunciar su homilía, Jorge Bergoglio pidió un rezo por Cristina Fernández de Kirchner: “Dios nuestro, a quien está sometido todo poder humano, concede a la primera mandataria un acertado ejercicio de su mandato para que, respetando siempre tus derechos, busque promover, como es tu voluntad, la paz y el bienestar de su pueblo”.

“Te pedimos por tu hijo Néstor llamado hoy a tu presencia, concédele llegar a la verdadera Patria y gozar de la alegría eterna”, dijo a continuación.

El Arzobispo fue generoso no sólo en el mensaje sino en la elección de las lecturas bíblicas: “El justo, aunque tenga un fin prematuro, gozará del reposo. La vejez honorable no consiste en vivir mucho tiempo” (Sal. 4:7-8).

Familia, amigos, compañeros y hasta opositores, todos tuvieron su lugar en el mensaje de Bergoglio: “Uno no puede olvidar a aquellos que más íntimamente lo acompañaron en su vida y, en este momento, pedir al Señor por su familia, por su mujer, sus hijos, por sus amigos, y por sus compañeros de militancia que están doloridos… veo aquí a varios compañeros de militancia del Movimiento Justicialista, de la Confederación General del Trabajo… tantos otros y también aquellos que, en el trabajo político -porque es un trabajo-, fueron sus opositores. Porque es necesario ese trabajo de conjunto. Y todos ellos participan de alguna manera de esta muerte. Todos ellos son despojados”.

Luego vino un largo párrafo destinado a subrayar la condición de “ungido”, de mandatario electo, de Néstor Kirchner. “Este hombre -dijo Bergoglio- cargó sobre su corazón, sobre sus hombros y sobre su conciencia la unción de un pueblo. Un pueblo que le pidió que lo condujera. Sería una ingratitud muy grande que ese pueblo, esté de acuerdo o no con él, olvidara que éste hombre fue ungido por la voluntad popular. Todo el pueblo, en este momento, tiene que unirse a la oración por quien asumió la responsabilidad de conducir. Las banderías claudican frente a la contundencia de la muerte y dejan su lugar a las manos misericordiosas del Padre. Los que lo acompañaron más de cerca como su familia, sus amigos, y sus compañeros de militancia también sienten el desgarrón de su soledad y rezan por él; pero es precisamente el pueblo quien tiene que claudicar de todo tipo de postura antagónica para orar frente a la muerte de un ungido por la voluntad popular… durante cuatro años fue ungido para conducir los destinos del país. Se claudica de todo y se reza. Hagámoslo todos juntos.”

Nadie en el entorno presidencial reparó en este mensaje en aquel momento. Hubo indiferencia y no faltó en algún caso cierta indignación: “De no creer”, tituló un diario ultraoficialista.

Tres años después, en octubre de 2013, siendo ya Bergoglio cabeza máxima de la Iglesia Católica, alguien llamó la atención de un amigo de Néstor Kirchner sobre el texto de la homilía. Este se ocupó de conseguir el video y se lo acercó a la viuda y a los hijos. Quedaron sorprendidos: “Ese video es increíble”. “Esto pesó mucho en Cristina y su familia cuando lo vieron”, dice.

¿Algún remordimiento por la enemistad del pasado? ¿Por el error de juicio sobre Jorge Bergoglio? Sí, si no de palabra, al menos sí, cree este amigo, en el gesto de haber viajado a Roma a la misa inaugural del papado de Francisco en compañía de Alicia Oliveira, amiga personal del Papa, que en ese momento era “la contracara del ‘perro’ (por Horacio Verbitsky) que seguía ladrando contra Bergoglio”.

En aquel primer encuentro en Roma, en marzo de 2013, Cristina Kirchner le habría expresado su buena voluntad a Jorge Bergoglio en términos que la pintan de cuerpo entero: “¿Qué puedo hacer yo para que usted sea el mejor Papa del mundo?”

Las cosas fueron al revés: fue Francisco quien invirtió su autoridad en facilitar el recorrido de los últimos tiempos de la gestión de sus otrora detractores.

Frente a un hecho trascendente, del orden de la Providencia y no de la voluntad humana, como fue la muerte sorpresiva de Néstor Kirchner, Jorge Bergoglio actuó pastoralmente. No pareció importarle la publicidad de su acto; del que de hecho muy pocos se notificaron en su momento. Fue un gesto casi en soledad que, visto desde hoy, a seis años del fallecimiento del ex presidente, adquiere toda su dimensión, pero que en aquel entonces fue opacado por la intemperancia reinante.

Fuente: Infobae

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