Mi habitación está iluminada por una lámpara incandescente que ya ha sobrepasado por lejos las horas de vida útil que tienen las lámparas (focos) normales. ¿Pero cómo me ha sido posible reparar acerca de esta extrañeza? ¿Con qué fundamentos cuento para afirmar lo postulado? En principio paso a narrar la manera, diríamos casual, como descubro la singularidad: disfrutando, para mediados de julio, del ocio de mi descanso invernal me hallaba tumbado sobre la cama dejando que mi vista recorriera con acendrado hastío el cielorraso hasta terminar posada en el portalámparas que pende del centro del cuarto y, por ende, en su bombilla. Una involuntaria asociación de sucesos más o menos triviales me lleva a recordar que la bombilla de ese portalámparas no fue reemplazada en un lapso cercano a los dos años, que es el tiempo que aproximadamente lleva construida la habitación.
Sorprendido por el descubrimiento comienzo a hilar mis recuerdos tratando de hallar la génesis del misterio, que sería anterior a la colocación misma de la bombilla. Para ello debo remitirme a un día preciso: el día que decido por cuenta y riesgo propio cambiar el primigenio portalámparas de bakelita por uno de parcela, rosca goliat. La modificación me permitiría colocar una lámpara halogenada de 200w. Conviene instruya a algún desprevenido que ese tipo de lámparas parecería exagerada, por su potencia lumínica, para un pequeño ambiente como mi dormitorio, empero no tanto si nos atenemos a la miopía progresiva que padezco. La claridad entregada por la luz halogenada era la más apropiada a mi necesidad. Pero la felicidad duró poco, apenas un par de meses y la lámpara halogenada terminó fundida vaya a saber uno porque incomprensible razón, pues se suponía que tenía una sobrevida importante. Por su excesivo costo parecía impráctico reemplazarla por una similar, así que decidí colocar en su lugar una bombilla común, de esas de filamento de tungsteno que ya van siendo definitivamente siendo dejadas de lado por las de bajo consumo. Cuando regresé del kiosco con mi bombilla de ignición me halle con un contratiempo. El portalámparas rosca goliat no permitía el recambio directo, ya que las bombillas comunes vienen con rosca más pequeña. Así que tendría que resignarme a colocar otra lámpara halogenada o a reponer el antiguo portalámparas de bakelita, guardado ahora en algún inasequible rincón de la casa. Como soy de abreviar los tiempos obvié las dos alternativas. Tomé lo que tenía a mano para salvar la coyuntura, y aplicando el antiguo enunciado de “desnudar un santo para vestir otro” tomé el velador de la mesa de luz y lo coloqué patas arriba, una solución poco ortodoxa pero práctica al fin.
Efectué las conexiones correspondientes, y en un periquete estuvo dispuesto para su uso el improvisado portalámparas, por cierto que no era muy estético allí insertado como un gigantesco badajo pendiendo de la caja octogonal, pero tenía su ventaja: quedaba varios centímetros más próximo del suelo que el anterior, por lo que colocando una simple banqueta logré llegar a mi adefesio y adosarle la bombilla de ignición. Después me olvidé del asunto y transcurrió el tiempo. Tomé como un hecho natural y anecdótico que durante un lapso de dos años las lámparas de las otras habitaciones de la casa fueran reemplazadas en más de una oportunidad, pero nunca en la mía. Hoy, casualmente, recordé esa circunstancia hasta en el más mínimo detalle, y se me ocurrió relacionar al tiempo transcurrido con la vida útil de este tipo de bombillas. Lo que para cualquier otro individuo sería solo un soso y banal misterio, para mí se convirtió en una curiosidad digna de ser indagada, para ello nada mejor que el Wikipedia pensé, mientras observaba de reojo a la bombilla de marras. En este sitio de información de la web descubrí con asombro lo siguiente: la vida útil de las bombillas de filamento de tungsteno rondaba entre 750 a 1000 horas de uso. Dejando de lado mi estado de reposo me puse de pie y fui por papel y lápiz. De acuerdo a la información que tenía en mi poder comencé a hacer números. Los resultados eran más sorprendentes de lo esperado. Al mantenerse encendida la bombilla un promedio de cinco horas diarias, el cálculo de las horas de uso saldría de multiplicar ese dígito por la cantidad de días transcurridos a partir de la colocación de mi lámpara (unos 700 días). La operación arrojó una cifra asombrosa, un total de 3.500 horas…lancé un agudo silbido y me rasqué la cabeza sin entender. Los cálculos indicaban, sin lugar a dudas, que mi bombilla había triplicado su promedio máximo de sobrevida.
Me dije “algo no anda bien aquí”, hice una analogía tomando de referencia una vida humana, fue ni más ni menos como haberse encontrado con un individuo de 350 años. Hecha la analogía se puede decir que este descubrimiento merecía idéntica admiración. A los fines de avanzar en el desentrañamiento del arcano cabría preguntarse cuál es la causa que produce el efecto de sobrevida. Se me ocurrió podría existir hasta una razón científica que fuera capaz de probarse empíricamente.
Pero si la respuesta no estuviera del lado cientificista tendríaque pensar, obligadamente, que alguna fuerza extraña, esotérica, se ha instalado dentro de la habitación influyendo para que las horas aquí transcurran mucho más lentas que en el exterior. En cuanto a la explicación racionalista, no lo sé. Debería tomarme el trabajo de recordar minuciosamente cada pequeño acto, cada paso previo y ulterior a la colocación de la “lámpara eterna”, quizás la particular manera de unir los cables, o tal vez el peculiar roce entre el velador y la caja octogonal fueran factores que influyeran en el proceso de sobrevida. Visto de esa manera todo podría ser motivo de análisis especulativo, cuasi científico. Pero de dar en el clavo mi descubrimiento podría ocasionar un caos: las fábricas de luminarias podrían ser llevadas al quebranto, tomando en cuenta que una sola vez en la vida nos sería necesario comprar una “lámpara eterna”. Sin embargo, mañana me tomaré el tiempo necesario para ir por una respuesta valedera. No habría ningún apuro hoy, si como lo pienso rigen para mí también, dentro del cuarto, las rigurosas leyes del supuesto.
*Cuento perteneciente al libro inédito “Relatos Subliminales” (2019), del escritor tucumano Segundo Díaz Derechos de autor reservados.

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