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Este es un fragmento del Capítulo 25, titulado “Segundo Tiempo”, del libro que publicará en los próximos días el ex presidente Mauricio Macri:

O somos el cambio o no somos nada. Es mucho más que una frase. Es la esencia de nuestro para qué y es también la conclusión a la que he llegado tras el largo camino recorrido en la vida, ese que he intentado plasmar en estas páginas.

En diciembre de 2023 los argentinos habremos elegido un nuevo gobierno. Tras el rotundo fracaso del populismo existen enormes posibilidades de que la próxima administración recaiga sobre Juntos por el Cambio. Si esto sucede, nuestra responsabilidad será mayúscula, aún más exigente que la que tuvimos a partir de diciembre de 2015. Más allá del hombre o la mujer que lidere el gobierno que viene, existen aspectos muy importantes que harán que la nueva experiencia resulte muy diferente a la del primer tiempo del cambio.

La primera diferencia está en la sociedad. Los argentinos de hoy no somos los mismos de 2015. La gente no acepta más ser pisoteada o ninguneada por el poder. Cada vez que vio amenazada su libertad se movilizó a lo largo de todo el país. Ante las restricciones absurdas impuestas durante la pandemia, ante las amenazas de expropiaciones, ante los casos de inseguridad extrema, ante el cierre arbitrario de las escuelas, la sociedad demostró que está muy por delante de la mayoría de la dirigencia política. La conciencia del enorme poder con el que cuentan los ciudadanos ha quedado plasmada en numerosas movilizaciones, en la participación a través de las redes sociales o en las denuncias ante los intentos de adoctrinamiento en las escuelas y universidades, junto a infinidad de otros ejemplos. Es una sociedad nueva, que ha encontrado muchas formas para hacer escuchar su voz, algunas de ellas desconocidas hasta hace pocos años.

La transformación de la sociedad en la era digital tiene una profundidad extraordinaria. El pequeño celular que tenemos en nuestras manos cambió radicalmente nuestra conducta como ciudadanos. Ya no será lo mismo impulsar una agenda de cambios radicales ante una sociedad que se expresa de manera independiente y libre de cualquier tutelaje. La escucha a ambos lados, entre el gobierno y la sociedad, será diferente.

El resurgimiento del ideario liberal ha sido una verdadera bocanada de aire fresco frente al monopolio del relato populista. Temas de enorme importancia en la agenda del cambio como la reducción drástica del déficit fiscal, el control por parte del Estado del orden público, el costo de la energía que consumimos o la importancia de una educación pública de calidad han dejado de estar monopolizados por unos pocos.

Los argentinos hemos terminado con los tabúes, con lo que no conviene decir, con la corrección política y con el miedo. La lección ha sido dura. El populismo nos trajo hasta aquí con su mensaje repetido hasta el hartazgo, ese según el cual el Estado es el único protagonista de nuestra vida social y económica. No lo es. Es más: el Estado es el que más ha hecho por destruir y complicar la vida de los argentinos con sus políticas irresponsables, costosas e ineficientes.

Esta vez no habrá tiempo ni sustento político para quedarnos a mitad del camino. Los enemigos del cambio usarán todas las artimañas a su alcance. Muchas de ellas las hemos padecido durante los años de mi presidencia. No tengo dudas de que se abroquelarán para intentar frenar el impulso transformador con el objetivo de defender sus privilegios. Tanto el equipo de gobierno como los ciudadanos comprometidos con nuestro para qué deben saber que va a ser necesario mucho coraje. La resistencia al cambio será dura. Pero nuestras convicciones deberán serlo aún más.

No podemos llegar al gobierno con prejuicios ideológicos de ningún tipo. Habrá que tomar decisiones drásticas. Aquel “buenismo” que algunos señalaron durante nuestra gestión, no va más. El populismo light no es una opción.

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