Maten al periodista, digo, al mensajero…

En los últimos días me ha tocado, como director de Diario Cuarto Poder, responder a acusaciones sobre pertenecer a una organización mafiosa que involucraría a legisladores, concejales, cibernautas -truchos y reales-, periodistas, medios, etcétera, lanzadas por un concejal de Yerba Buena, específicamente del PRO.

La vía utilizada por este edil fue la de las redes sociales. Su acusación se coló en el Facebook, y en el Whatssap de muchos tucumanos y, aunque no me mencionó directamente, decir que el dueño de una página digital y poner entre paréntesis Cuarto Poder, es lo mismo que decir Manuel Rivas. Lo que me llama poderosamente la atención es que este concejal no haya sido directo y se haya basado sólo en rumores, lo que periodísticamente no es correcto.
Pudo haber dicho tranquilamente, siguiendo su filosofía de vida: “según rumores, Manuel Rivas se la come”. Y quizás esté acertada la expresión si quien escribe esta columna está delante de una exquisita paella, pero alejado de mis gustos o elecciones sexuales.
En defensa de la dignidad de este medio de comunicación, que sigue cosechando la adhesión de nuevos lectores todos los días, y en honor a aquellos que ponen mucho de su tiempo en darle forma a este producto periodistico o a la actualización permanente de la página web, realicé un descargo por la misma vía: las redes sociales.
Una vez que le contesté, una a una, las apreciaciones del mencionado concejal, me quedé reflexionando sobre la actitud de muchos políticos, quienes se olvidan que accedieron a esos cargos por elección de ciudadanos que le confiaron la representatividad.
Justamente, esa representatividad implica dar cuenta de los actos de gobierno, que son públicos y que se pueden difundir por los medios de comunicación, siempre y cuando estén debidamente probados.
Ello me llevó a revisar todo lo que habíamos publicado que le pudiera molestar a este integrante de uno de los poderes más importante de una ciudad, el que está encargado de dictar las normas que le deben mejorar la vida a los vecinos.
Revisando cada una de nuestras publicaciones, determiné que todas ellas contaban con la documentación respaldatoria y que incluso eran similares a las que se habían reflejado en otros medios de comunicación de la provincia.
¿En dónde estaba la diferencia? Simplemente radicaba en el estilo con el que era reflejada la noticia. Diario Cuarto Poder trata de apelar a la originalidad para dar a conocer lo que está ocurriendo. No era una cuestión de fondo entonces, sino de forma, me dije.
En ese momento recordé una anécdota de mi paso por el viejo Diario Siglo XXI, que años después pasó a llamarse simplemente El Siglo. En una ocasión, el entonces ministro de Educación de la provincia, en la gestión de Julio Miranda, Julio Saguir, se había distanciado del diario por las críticas que se realizaba a su labor al frente de la cartera educativa. Eran los duros tiempos de la aplicación de la EGB 3. Pero como no hay desencuentro que dure cien años, hubo una reunión para limar las asperezas. Recuerdo mi desazón a la hora de este reencuentro, ya que Saguir me dijo: “si es verdad que somos amigos de nuevo, te voy a pedir una cosa: que no se me dibuje más”. Fue allí que caí en la cuenta que mis panoramas no eran lo que más le molestaba al funcionario, sino que eran esos dibujos tan logrados que salían de la pluma de Ricardo Fatalini, quien firmaba con el seudónimo Fata.
Tiempo después, Rubén Suárez, me contó una anécdota de La Gaceta, cuando el entonces gobernador José Domato, le pidió al dibujante que no lo hiciera con los pies colgando cuando estaba sentado, porque a su nietito le hacían burla en la escuela.
Más allá de las anécdotas, también reflexioné en la veracidad de la información y en el modo de reflejarlas, y me dije que habíamos logrado transmitir lo que pasaba con nuestro propio sello. Lo mismo que anticipaba el Diario Cuarto Poder, se confirmó con el pasar de los días. La existencia de la esposa de un funcionario que tenía una licencia de taxi en Yerba Buena, luego fue confirmada por ella misma. El edil que patalea y dice que lo atacan, no da las explicaciones del caso. Quizás prefiere decir que “maten al mensajero”, o en este caso al periodista, pero no en el sentido literal, sino en la necesidad de hacerlo cargo de las acciones equívocas propias que se ven reflejadas en los medios de comunicación.
Por otra parte, algunos obsecuentes dirán: ¿qué tiene de malo que tenga una licencia su mujer?
Como diría un personaje de una publicidad no muy lejana: “está todo legal”. Lo que no encaja es que esa licencia se haya adquirido en los mismos tiempos en que ese concejal ejercía su primer mandato y había participado de la aprobación de ordenanzas que regulaban ese tipo de servicio. O sea que la objeción pasa por lo que es correcto y no por lo que puede resultar legal o no.
Quizás sería mejor para muchos funcionarios, tanto los que representan más de lo mismo como los que se quieren mostrar como la encarnación del cambio, que se hicieran cargo de sus errores. Sería bueno que no buscaran hacer pagar por sus pecados a otros políticos, periodistas o vecinos. Sólo de esa manera estaremos colaborando y fortaleciendo a esta democracia que costó tanto recuperar.
Una vez que entiendan que la representatividad es limitada y que se acaba cuando se extingue la paciencia del pueblo, darán un paso de calidad único en materia institucional.

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