No se puede decir que Alberto Fernández no sea fiel a sí mismo. Se rodeó de un elenco a imagen y semejanza que le permite estar rodeado de amigos, ejercer un liderazgo emocional y ser más operativo que estratégico. Nadie a su alrededor lo saca de su zona de confort: es su propio jefe de Gabinete, su secretario de Medios y su vocero sin que Santiago Cafiero, Francisco Meritello o Juan Pablo Biondi se inmuten. Al contrario, después de casi un año, ya están aletargados en su función y terminan casi agradeciendo.

Fondos del Fondo

Y como si todos estos roles fueran pocos, en los últimos días el Presidente sumó otra función. Ante la ausencia de Sergio Chodos (por estos días en Washington volviendo el 10 de noviembre con la misión del FMI y 5.500 millones de USD bajo el brazo para incrementar las reservas), se convirtió en el operador político de Martín Guzmán. En plena semana de empoderamiento del ministro, Fernández se encargó de presentarle personalmente a los más encumbrados miembros del establishment local.

La carta de Cristina

No es extraño entonces que Alberto Fernández no tuviera casi tiempo de analizar en profundidad la carta abierta que le mandó Cristina Kirchner el lunes y que reaccionara primero con cierta perturbación producto de la sorpresa (se enteró por las redes sociales como el resto de los mortales) y recién cuatro días después se detuviera en lo importante y recogiera el guante del llamado a un consenso nacional. En la carta, Cristina fue Cristina. Ni más ni menos. Harta de que la culpen de todo lo malo del Gobierno y de no ser escuchada en sus consejos cotidianos, puso en palabras escritas y diplomáticas lo que puertas adentro son reproches y gritos. Hasta tuvo un gesto de piedad al no identificar con nombre y apellido a los que, en su opinión, “no funcionan”.

Paraguas abierto

Pero a su vez le dejó a Alberto un paraguas abierto de tal magnitud que el Presidente ahora está en condiciones de sentarse con todo el arco político y mediático sin que haya reproches ideológicos.

En rigor ya lo venía haciendo. Pero el reconocimiento de CFK de que no hay salida para el laberinto argentino si no se consigue un gran acuerdo multipartidario, multisectorial y policromático, lo invita a Alberto a jugar el juego que mejor le sienta. El del consenso.

La bimonetarización

Si bien CFK circunscribió la convocatoria al problema económico de la bimonetarización histórica del país (cada vez que discuten en privado del tema, Alberto le recuerda “dejame a mí que de economía sé yo más que vos”) está claro que, de concretarse un diálogo nacional, debería tener una agenda mucho mas amplia que la monetaria.

Tan claro como que mientras Miguel Ángel Pichetto y Elisa Carrió sacudieron el arco opositor dejando abierta la puerta, Mauricio Macri se negó de plano (“es que carece de las mínimas condiciones fonoaudiológicas necesarias para cualquier diálogo”, se mofaban en el Gobierno).

Con expectativas

El Gobierno empieza noviembre con expectativas varias. La más inmediata es que se consolide la baja del dólar libre y del Contado con Liquidación (CCL), un éxito para festejar pero que pasó casi desapercibido esta semana como el tono monocorde de Guzmán. Aunque el ministro el viernes reconoció tener ganas de ponerse nuevamente su camiseta de Sacachispas.

En el medio, Guzmán tiene otras dos bombas entre manos. La primera la aceptación del último tramo del préstamo del Fondo que faltaba erogar de la gestión Macri (eran unos 5.500 millones de dólares) y la segunda, el envío al Parlamento de una reforma tributaria que, dicen los que hojearon su borrador, puede llegar a tener más detractores entre el establishment que la ley de aporte solidario y extraordinario de Máximo Kirchner.

 

 

fuente: infobae

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