Un mensaje de texto fue el inicio de un calvario de más de dos años para una joven de 34 años (Lucía Merle)

La pesadilla comenzó hace dos años. La hicieron pasar por prostituta, actriz porno y transexual. Tuvo que irse de su ciudad y no puede conseguir trabajo. “Es como tener una enfermedad”, dijo

El infierno, su infierno, comenzó en marzo del 2014. Fue un mensaje de texto que le llegó a su celular por parte de un desconocido: “Soy el chico con el que estuviste hablando recién en Badoo”, una red social de citas. La respuesta fue inmediata: “No soy yo, creo que te equivocaste de persona. Saludos”. Pero a los 10 minutos le entró otro mensaje y otro y otro y no paraba. La situación empeoró al mes, cuando distintos hombres le tocaban el timbre de su casa a la madrugada para tener relaciones sexuales. Estaba desconcertada, hasta que puso su nombre y apellido en el buscador Google, y allí encontró lo peor: decenas de perfiles falsos en las distintas redes sociales y hasta blogs en los que se presentaba como masajista erótica, prostituta, actriz porno, transexual y drogadicta. “Mi vida se transformó en un calvario. Es como tener una enfermedad con la que tenés que aprender a vivir día a día”.

La que habla es una joven de 34 años, que por temor prefiere no dar ningún dato que permita identificarla. El castigo que sufre desde hace dos años por parte de un anónimo -a quien todavía no pudo identificar- es tan grande que tuvo que mudarse. Es licenciada, recibida con medalla de honor en una universidad pública, pero esa información que antes aparecía no bien se colocaba su nombre en los buscadores de Internet, ahora hay que bucear un buen rato hasta encontrarla. Todo lo que aparece está relacionado a un mundo al que ella nunca perteneció.

Durante este tiempo tuvo crisis emocionales, noches de llanto, mucha angustia “¿Qué hice para merecer esto?”, se preguntó tantas veces, hasta que aprendió a convivir con eso. Para graficar lo que siente, da un ejemplo: “Es como si fueras ciego y te pegan de todas partes. Intentás dar manotazos para defenderte, pero no podés porque no sabés de dónde viene ni quién es”.

Del 2014 hasta hoy, no sabe quién es la persona que de manera obsesionada intenta arruinarle la vida: “Armé una lista de personas y empecé a descartar. Sospechaba de todos, hasta de mi mamá y de mi hermana, pero después fueron ellas mismas las que se vieron perjudicadas”. Es que el acosador encontró los datos de sus familiares y también les creó perfiles falsos: “De mi hermana decía que era una acompañante sexual y de mi madre consiguió la dirección y le empezó a mandar delivery de comida que ella no pedía. Por suerte después de un tiempo eso se calmó, pero conmigo siguió”.

Su vida fue un antes y un después desde aquel primer mensaje de texto que recibió en su celular. No sólo se tuvo que mudar y vivir en casa de amigos durante un tiempo, sino que también perdió y pierde oportunidades laborales: “Cada vez que me postulo a un trabajo me descartan porque al ‘googlear’ mi nombre aparecen todas esas calumnias sobre mí. Las empresas no quieren personas con problemas a pesar de que yo explique que eso es mentira”.

El robo de identidad no está considerado delito en la Argentina y cuando actúa la Justicia lo hace por otro delito como la extorsión, amenaza o calumnia. Monastersky agrega que el daño es irreparable: “Cuando antes te insultaban, ese insulto se evaporaba con el tiempo; en Internet no pasa porque queda indeleble, de por vida”.

Para ella es una mancha que no puede borrar. Un anónimo que detrás de una computadora transformó su vida en la peor de sus pesadillas: “Me gustaría despertarme un día y ver que todo esto se terminó”.

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