Al cumplirse 35 años de atentado al Papa Juan Palo II, recabamos el relato del enfermero que brindó los primeros auxilios.

A 35 años del atentado que cambió también su vida, así lo recuerda Leonardo Porzia. El enfermero evocó aquel 13 de mayo de 1981 sentado con Télam en un café frente a la residencia Santa Marta, donde actualmente vive el papa Francisco.

Y, a través de su relato, salen a la luz por primera vez unas palabras casi premonitorias del ahora santo polaco el día anterior al atentado.

“El día antes del atentado, el entonces Papa vino a vernos a la guardia médica, como hacía regularmente, para saludarnos y conocer algún equipamiento nuevo. En eso nos ponemos a explicarle y, de repente, yo quedo mostrándole la ambulancia que se usaba de guardia para las audiencias en plaza San Pedro. Y con buen semblante me dijo en chiste: “‘Espero que no la tengan que usar conmigo’. Y al otro día se dio al atentado”, recuerda Porzia.

“El día de los disparos hacía mucho calor. Estábamos en la guardia médica del Vaticano mientras el Papa hacía su recorrida y escuchamos por los walkie talkies que le habían disparado”.

La frase textual e inolvidable fue: “Le dispararon al Santo Padre. No lo podíamos creer, pero debimos ponernos a trabajar de inmediato”, recuerda ahora, mientras mira de frente a la residencia papal de un Francisco al que ya conoció, más allá de que en 2003 se jubiló como trabajador del Vaticano.

“Mientras venía hacia donde estábamos nosotros el Jeep que traía al Papa herido, tuvimos que pedir otra ambulancia al estacionamiento que hay en la Santa Sede, porque la destinada a la Plaza San Pedro tardaría ‘años’ en llegar con el caos de gente corriendo para todos lados”, explicó.

“Piensen en 30 mil personas huyendo porque le dispararon al Papa”, propone como ejercicio para transportarse a los momentos que siguieron a los disparos.

“A mí me tocó recibirlo en brazos y pasarlo desde el Jeep, que había entrado al Vaticano por el Arco de las campanas (a la izquierda de la Basílica de San Pedro si uno la mira de frente), a la camilla de la ambulancia e inmediatamente subimos con él unas 6 personas, entre ellas su colaborador de confianza, Angelo Gugel, y yo”, rememora.

Una vez en la ambulancia, con el “miedo” a que se le muriera el Papa en brazos, la situación no fue fácil.

“Lo primero que tuvimos que hacer fue decidir a qué centro médico lo llevábamos: las opciones dependían de la gravedad de la herida: si hubiese tenido comprometida una arteria hubiese sido muy difícil salvarlo, y hubiéramos debido llevarlo al Hospital Santo Spirito”.

“Pero como vimos que el sangrado era típico de una herida en vena, decidimos ya arriba de la ambulancia llevarlo al Policlínico Gemelli”, narró este testigo privilegido de la tragedia.

“En el trayecto no paraba de rezar”, sostiene Porzia, quien agrega que Wojtila “estuvo siempre lúcido, mientras le poníamos gasa en la herida para frenarle el sangrado y en el dedo meñique”.

Ese dedo meñique, increíblemente, terminó salvándole la vida al desviar el trayecto de la bala y frenarla un poco: si el tiro entraba limpio, el daño hubiese sido mucho mayor.

“Mientras la Policía nos esperaba nuevamente por el Arco de las Campanas, salimos por la Puerta Santa Ana, que nos quedaba mucho mejor para el hospital y evitábamos el caos de la Plaza San Pedro”, rememoró y agregó: “Por eso tuvimos que hacer el viaje con el Papa gravemente herido sin escolta de ninguna fuerza: lo más importante era llegar rápido”.

“Y ya en esa época el tránsito en Roma era complicado… así que tuvimos unos minutos de andar casi a pie. Ahí vimos el orificio del proyectil”, sostuvo mientras una ambulancia pasaba, esta vez sí con sirenas, por la ruidosa Porta Cavaleggieri de la capital italiana.

“El recorrido que hicimos una vez que salimos del Vaticano fue Piazza Risorgimento, Medalla de Oro, Iassu, Via Pereira y luego un camino por el medio de un parque que se asemeja al medio del campo y llevaba al Gemelli. Por ahí, como no había tránsito, pudimos acelerar y recuperar el tiempo”, cuenta, mientras dibujaba en la mesa el recorrido de casi 6 kilómetros hasta el policínico.

Llegados al Policlínico, Porzia recordó que “la primera orden era llevarlo al centro de reanimación, pero al ver que estaba consciente lo subimos directo al noveno piso, donde ya estaban preparando la sala operatoria”.

En una habitación contigua, precisó, “le cambié la ropa y se quedó desnudo, con el delantal a la espera de ser operado. Su ropa con sangre se la di a Gugel”.

“Consciente en todo momento, el Papa nos agradeció el trabajo desde antes de que lo operaran. Luego, ese mismo año me invitó a una audiencia privada con mi familia para el 24 de diciembre, y al tiempo me hicieron Cavaliere de San Silvestro”, recordó después de tanto tiempo pero con la emoción aún dibujada en el rostro, porque no caben dudas de que ese día se transformó en un personaje importante de la historia moderna.

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