“Escritores contra la pandemia”: Un cuento basado en un hecho policial

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Escritores contra la pandemia | El escritor y periodista tucumano, Sergio Silva Velázquez, se sumó a la campaña de Diario Cuarto Poder con el cuento “Labriego”, basado en uno de los hechos policiales más impactantes de la historia provincial.

Labriego

El maullido es lenguaje de bestia cuando está acorralada en el rincón ante algo: emiten ese sonido horrible que pone duro el cuero; los pelitos te tiritan, se te levantan y quedan cogoteando buen rato hasta que se acuestan otra vez. Cuando no están dentro de la jaula, cuando hacen de andar por ahí, las bestias se comportan así. Meten cabritadas y patadas contra lo que les venga y no les parezca; es como si reconocieran que uno no es de ellos por el solo olor.
Por eso, cuando la seño te dice salí de ahí, vos te quedás quieto, sin darle bola pero haciéndole ver que la escuchaste. Que no querés hacerlo, que es otra cosa. Que no te da la puta gana, que te da por las pelotas escucharla delante de todos. Te cuadrás. Si no metés el maullido ahí, alpiste pa todo el viaje. No volvés a tener otra oportunidad y ella tampoco. Como ves, se trata de la única ocasión crucial para todos: los pavos empiezan a domesticarse con la voz que ha pronunciado ese grito victorioso, los mequetrefes se te acercan por sentirse mejores y también están los que conspiran en silencio. De estos, hay a patadas pero guarda: no a cualquiera le da la nafta para semejante incursión. A los que se mancan a mitad de camino ya los tengo junados. Esos no hay forma que regresen a la ruta, se quedaron sin pista para siempre. No tienen ni van a tener pavimento. Pero les gusta querer sentir que son lo que vos. Ni que decir las minas. Es igual. Cuidado que si te agachaste ahí, vas a seguir toda la vida. No hay vuelta de esa, creéme. Como que sos mi hijo, la vez que tu vieja me batió me avivé que no había sido al divino botón que me venía astiando con el Roque. No, no me da vergüenza, escuchame. El Roque venía por la siesta ni bien me iba yo al monte, me subía la tapia y me saltaba los piolines (ya te voy a decir quién le dijo) sin drama hasta el final. A la vista de todos y nadie fue capaz de avisar. Y yo que me creía pija. En la pieza del fondo la atendería hasta las seis, me imagino. ¿Para qué eran los piolines? Pa cazarlo, para que va ser. Los hice yo mismo una tarde. Y los probé enseguida en el galpón con los pollos. Un sistema efectivo de una película de Jeins Bon, un sistema de alarmas. Eran como un láser que si uno tocaba daban una señal y se pudría todo. Lo habré visto en mil películas, pero en ninguna como esa de Bon. Entonces me puse a pensar: con piolines tenían que funcionar también. Piolines atados a una estaca cerca de la pared. Yo hacía la marca justo a esa altura. El que pasara movía la estaca y me daba la señal. Sencillo. Los pollos no hacían de esquivar los piolines como me figuraba que un pata i’ lana, no lo haría tampoco con el apuro. Tonto de mí. Yo siempre desconfiaba de alguien por más que me imaginara que ella no se iba a animar a guampear. No sabía que era él, yo sospechaba del Pelao de la Sandra. Ustedes tampoco estaban, nadie tenía ninguna culpa. La mujer que es ají para la punta, va a serlo toda la vida, sea tu madre o la mía, ¿me explico?
O sea, no tenés culpa que no me haya dado cuenta sino al año. Hasta entonces todo joya, vos viste. Ya sos grande y puedo hablarte de hombre a hombre. No te me vas a escandalizar si te digo que la putita recibía masa hasta los fines de semana. Uno a la guampa la puede llegar a pasar si tiene amor en el corazón, pero la traición ya es otra cosa. Habrá sido el Martín el que comentó de los piolines a la madre. No lo defendás, vos eras chico. Yo sé que fue el Martín el que quiso ayudarla. No me lo dijo, pero me lo comentó el Darío como hijo mayor. Por lo que lloraba me dijo. Me dijo: papá, tengo que hablar con vos. Y yo lo escuché largo y tendido, que dijese todo lo que quisiera decir. Que la mamá está nerviosa, que tres veces a la semana va a curaciones, que se le están acabando las excusas. Que ya no tenía casi argumento, me dijo, y los médicos no le creían que se cayera tan seguido. Mirá vos. Como me la pusieron. Ahora pienso que para esa época ya lo estaría tentando al Roque y ella que me decía que se maquillaba pa esconder los moretones. Diabla la guachina. No iba a haber castigos de vaga si no se comportaba como tal ¿no?, hacé la comida, tendé la ropa lavada, ordename la pieza y hacé callar a los changos de una puta vez; que vengo de lomear todito el día en el cerco, de hacer mula de carga pa que alcance y tengás pa todos y cada uno de los changos. Que si me hubieran dado poquita educación, si me hubieran dado una clase sola de instrucción sexual, no me hubiera llenado tanto de changos. ¿Serían todos míos? Ahora lo estoy pensando, puta madre. Encima criar borreguitos del Roque todos estos años, la concha de su madre. Ya es tarde, pa pensar pavadas. O sea, vos, escuchame, volviendo a la maestra, no le das cabida, la hacés callar. ¿Me entendés? Le hacés sentir que sos hijo del Beto Leonor, y vas a ver aparecer la reacción. Seguro que te dejan de joder los boluditos que repiten giladas, a que empiezan a mearse encima. Porque uno no es pavo y se entera aquí de comentarios que se hacen, con inocencia, con maldad, vaya uno a saber. Lo de loco no es gratuito, uno ya sabe, la vieja me lo decía pero el viejazo no perdía tiempo; a los cintarazos me lo hacía entender, ¿que yo qué?, vaya al fondo chango inmundo y la próxima vez que le ponga mano encima a la chinita se las corto, decía, la siguiente vez que lo vea rondando a su hermana se las va a tener que ver conmigo: viejo choto, me las tuve que ver con él y la afeitadora; me rapó la noche que me chapó del cogote contra la almohada a oscuras. Quedé tan pila para el invierno que no me dieron más ganas de frotármela a la Pamela y eso que se dejaba por ser mayorcita, por más que fuera la hermana de uno. Leyes de la vida. Cosas que uno aprende. Por eso le decía, se trate de su madre, la hermana de uno, una novia o la que fuera: si anda desviada y gustosa, de las agachadas no va a haber nadie que las pueda salvar.
O sea, mijo, dedíquese a hacer saber a los zapatos de sus compañeros, el nombre que tiene, el que le he dado yo, contra lo que cualquiera le salga. Sea que le llamen hijo del Beto Leonor o del Loco Beto. Que escuché o he visto que hizo esto y aquello. Le salgan con lo que le salgan: usted se pone anteojeras y sigue firme. Si le dicen hijo del Loco, también; el Beto Leonor no necesita que lo defiendan fuera. Menos que un hijo sienta pavura por ser quien es. Le dirán hijo e gorreao de aquí o se le burlarán por alcanzarme sobras de vez en cuando. No le mintieron cuando le dijeron que la comida aquí es una mierda. Por eso te estoy agradecido. No me traicionaste como el Martín y los otros. No sentí con vos como con ellos la vergüenza de haberlos engendrado y que se salpicara mi sangre por el patio donde cabeceaba las siestas de siempre. Con vos todo diferente que con ellos; ellos… fueron sacando números. Los tenían todos. Vos entendés la urgencia que uno tuvo, no sé cómo, si eras tan criatura. Yo vi que mirabas por la cerradura y no sé cómo explicarlo. Ponele que me hice el gil, que dentro del bardo pensaba algo todavía. Que seguí haciendo posponiéndote como si hubieras sacado el último número. No sé, ponele que como un médico, cuando me llegó la hora de atenderte me sentí cansado. Y aliviado también. Un agotamiento que venía como hambre atrasada. Como dije, si había hecho los méritos. Como mujer que era. Y los otros también la merecían. Que la mujer a veces se tiene merecido bien lo que pueda llegar a pasarle. Que si el Darío me vio estamparle algún sopapo a su madre es porque ya era un caso perdido. Que no tenían que ver ya las astiadas ni los escándalos ocasionales sino la condición de la traición principal. De ahí parte todo: uno sale, hace algo, vuelve lo cuenta y se confiesa ante esos que son fieles custodios de su secreto. Pobre iluso. A los diez minutos, juro que me arrepentía con el alma. Y sabía que no tardaría en enrostrármelo, que me tenía de las bolas para lo que quisiera, fueran las revolcadas con el Roque o lo que fuera.
Ahora, no crea que soy arrebatado. Me fui tentando con los desplantes que me hacía, las contestaciones que me daba, patente era que se iba animando por ese comentario infeliz. Me fue emboscando su telaraña, calladita, de a poquito, como si no quisiera. Me hizo pisar el palito. Diablas son todas. De a poco me fueron viniendo las ganas de amasijarla, de pensar en las cosas que terminarían sucediendo.
Pero fue un susto. Uno grande. No contar con el apoyo de tus hermanos me paralizó primero. No sabía para dónde agarrar. Porque una cosa era que fuera a la policía por las tundas merecidas: tenía dibujada la piel de las palizas de día de por medio, suficiente para que interviniera el juzgado de oficio y me encerraran en el acto. Pero no. Esta guacha no me quería encerrado un tiempito. Tenía estudiada las mariqueadas de minas que denunciaban y luego pasaban por aquí y por allá… por la vergüenza. Saber que más tarde o más temprano el tipo salía y se iba derecho a casa para fajarla otra vez. Ella no. Tenía aprendido eso y me quería afuera de por vida. Vos podés intuirlo ahora. Viveza nunca le faltó para hacerme ida y vuelta. Y fue planeando despacito. Con tiempo. ¡Cuántas opciones habrán pasado por su cabeza! Esto o aquello. ¿Habrá hablado también con la arpía de Inesita? Era su mejor amiga. Y que supiera, se contaban todo. Acordate como me miraba cuando venía a casa, como me estudiaba por centímetro. Bah, que te vas a acordar vos, si eras chango. Habrás tenido cuatro. Imposible. Un poco antes de lo de aquella tarde. En realidad, no mucho antes. Tenías cinco años. Mirabas por el ojo de la cerradura. Y no te fuiste. No te escapaste. No te asustaste por todo eso que sucedía. A veces creo que sos ángel. Un poco mi ángel de la guarda. Disculpá que me ponga sentimental. No soy de esos, soy el Beto Leonor. Pero con vos me siento distinto. Me siento irreal en estas cuatro paredes, me siento por primera vez con ganas de salir.
Había un identikit sí, pero ninguna sospecha. Un dibujito dando vueltas por ahí. Una fiscal con cuatro casos iguales; un mismo patrón genético según el estudio de ADN. Mientras no me pillaran no tendrían nada. Caían muñecos de aquí y allá, del paso del norte y del sur y hasta de otras provincias. Pero a mí no me iban a agarrar. Cuando los canutos iban yo venía. Tuvo que ser ella. Porque me tenía bien de las bolas. Sabido era que iba a aprovechar lo confesado esa noche, yo machao del mediodía, antes caer liquidado en el catre. Se lo tuve que contar porque yo no quería esa noche. Y ella pedía. Guachita. No le bastaba con el Roque. No quiero, no voy a hacerlo por esto, por lo otro. Yo inventaba. Ella no me creía. Y fue sacándome de a poco. Como si sospechara de algo. Hija de puta. Los ojos le dieron dos vueltas cuando lo escuchó y ahí supe que nunca lo habría imaginado. Guachita. No me avivo más.
O sea vos la escuchaste. “Estoy harta de que me pegues”, de esto y lo otro, “Por eso lo hice” y bla, bla, bla. Hija de puta. Lo del Roque podía superarlo pero lo otro no. ¿Por qué lo habrá hecho?
No le di tiempo a nada, la cacé en el aire de las mechas y la arrastré por la pieza. Como marrana gritó. Primero se despertó el Darío. Después el Martín. Para entonces yo ya había disparado tres veces; a la traidora en la cara desfigurada, al estómago del Darío, al bulto en el caso del Martín y a la espalda del José María que cayó y se arrastró poquito más. La segunda se la puse en la cabeza. Para que no sufriera más, pobrecito. Ya me había dado cuenta que mirabas por el ojo de la cerradura con la primera perdigonada a tu mamá, pero no sé qué pasó. Eras el menor pero el José María no era más que un año mayor. Ponele que me hice el gil. Que te dejé estar detrás de la puerta. Observarme mientras comprobaba que los cuerpos no se movían. Seguirme con la vista cuando me perdía entre los cañaverales antes que llegaran los ratis. Tardaron años. ¿Qué más podía hacer? ¿Esperarlos con un mate así me chapaban cebado por la víbora?
Bicho de Satán. ¿Sabés por qué yo la fajaba tan seguido? Ella quería saberlo. Yiro, mamila, por eso. Porque sos algo que estás fuera de mi control; cuando te van andando las ganas, es imposible. Con lo del Roque lo único que podía hacer era fajarte. Lo otro es otra cosa. Si me tenía de las bolas. Y sabía que me arrepentiría de por vida de contárselo. Señora tranquila, despreocúpese, no va a volver a hacer ninguna otra cosa. Pero salga ¿quiere? Salga de inmediato de la casa que vamos en camino, le prometemos que ese no va a volver a joder más a ninguna otra. Tendría que haberle hecho caso a la cana ¿no? O batirme en la comisaría en vez de usar el teléfono ¿no te parece? O sea, era seguro que iba a enterarme de una forma u otra. No va a andar jodiendo a ninguna otra changuita, dijeron. Y cumplieron. No me dieron más ganas. Juro como que sos sangre mía que aquí cumplen a renglón y coma con lo que se dice afuera; el que a hierro mata a hierro muere. Muy cierto lo que divulga el fantaseo popular afuera. Se vengó de esa manera la guacha. Sabría que no hay mayor castigo que se traspase tu honor; y algo que es de uno en lo recóndito de pronto se convierte en cosa de todos. O sea de todos, ¿entendiste? Mirá podrán decir cualquier cosa, que el loco Beto, que el Juan Leonor, pero no digan nada de la Juanita Leonor, nunca. O sea, cuando la seño te dice que dejes de molestar, vos le respondés, le decís no, que no te da la gana, que es otra cosa. No le das argumentos a la gilada. Le decís que tu papá es todavía el de siempre pese a los rumores. Y que sos muy capaz de hacer callar barbaridades con otras que te pasan por la cabeza.
Este relato forma parte del libro Los Desterrados de Sergio Silva Velázquez publicado por Alción Editora, 2018.

Datos del autor

Sergio Silva Velázquez nació en San Miguel de Tucumán. Es periodista, trabajó como editor de policiales en el desaparecido Diario El Tribuno de Tucumán, es corresponsal de Canal 26 en la provincia y columnista de radio.

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El-periodista-y-escritor-tucumano-Sergio-Silva-Velázquez.

Es abogado y procurador recibido en la Facultad de Derecho de la Universidad Nacional de Tucumán (UNT).

En 2005, su cuento “El indigno” formó parte de la antología “La Nueva Literatura de Habla Hispana”, de autores seleccionados en el IX Certamen Internacional de Editora Nuevo Ser. En 2013 publicó su novela “Hungry”, mientras que en 2018, publicó “Los desterrados”.

Los escritores interesados en participar en “Escritores contra la pandemia”, pueden enviar sus colaboraciones a [email protected]

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