Escritores contra la pandemia | En el ciclo literario presentamos dos nuevos capítulos de esta historia policial tucumana escrita por el conocido periodista Fabián Seidán, en base a relatos orales de personas que vivieron en carne propia los hechos aquí narrados y que pudieron contarlos.

Parte V

El Negro Hernández, era una persona grande de edad, casi a punto de jubilarse, por lo que no veía bien. Igual se las arreglaba para manejar el auto del diario. Achinaba los ojos y sin vergüenza, preguntaba a cada rato por dónde ir, o bien, si podía hacer o no un sobrepaso. Los periodistas de La Gaceta ya lo conocían, así que eso no los alarmaba.

– “Dale Negro, no rompás; metele pata que sí lo pasas” – Le decía el Gringo tratándolo de animar para que no sacara el pie del acelerador y pasara al camión con acoplado que iba adelante.

Suárez, no veía la hora de llegar al lugar del crimen.

Hicieron un par de kilómetros -o quizás cuatro- hasta que detectaron un auto de la policía, estacionado al costado de la ruta, con dos agentes parados al lado y otro auto que se iba.
Suárez fue el primero en bajar, y como vestía camisa celeste, pantalón negro y llevaba la cámara fotográfica colgada detrás del hombro -parecía un oficial con la clásica sobaquera-, los policías lo dejaron acercar.

– “Donde está”, -preguntó el Gringo con vos firme- entonces los uniformados se miraron y tras dudar un segundo, le señalaron, estirando el brazo, hacia adentro del monte.

– “Entonces vamos” les dijo. Uno se quedó al lado del coche policial y el otro lo acompañó.
Caminaron unos 40 ó 50 metros por medio de los pastizales y encontraron a una persona tirada. Estaba boca abajo y esposadas ambas manos a las espaldas. Era el Prode Correa.
En el momento que iban llegando, el que estaba tirado en el suelo -supuestamente muerto- se quejó. Movió la cabeza y balbucea algo mientras escupía tierra y pasto.

Al ver eso, el policía que acompañó al Gringo se volvió corriendo y Suárez aprovechó para hacerle varias fotos al hombre que evidentemente estaba vivo.

Hizo una de un lado, se corrió a la derecha y disparó otra toma. Suárez pensaba que necesitaba por lo menos dos fotos distintas para cubrir las notas que se publicarían en las ediciones del diario La Gaceta y del vespertino La Tarde, que eran de la misma empresa.
Cuando hizo la segunda foto, el sujeto volvió a quejarse. Entonces Suárez se arrimó a su lado, se puso en cuclillas y escuchó en un hilo de voz que le dijo: – ¡Estoy vivo, estoy vivo…!

Suárez no podía salir de su asombro. Era la primera vez que estaba al lado de un moribundo.

Parte VI

Ya era la oración. La tarde se había tornado oscura, tal es así que debió utilizar flash para hacer un nuevo par de fotos. Esos destellos en medio del monte alertaron a los policías que iban llegando y que a tropel se acercaron hasta donde estaba Suárez, aún agachado al lado del Prode.

Al verlos, el Gringo se levantó como resorte y trató de alejarse lo más que pudo del herido. Sabía que la cosa se había puesto fea y no quería terminar tirado al costado del delincuente.

Eran cuatro los policías que llegaron. Uno de ellos, el más agresivo –usaba sombrero tipo panamá y patillas pronunciadas-, le remontó su pistola reglamentaria cerca de la cabeza:

– “¡Vos quien sos carajo,… Decí!” El Gringo no se identificó. Intentó no mirarlo a la cara. Sabía que no era buena idea decirle que era de un diario. Y ante el asombro de los policías que se aprontaban a usar sus armas, se corrió del lugar:

-“Hagan lo que tengan que hacer. Yo no he visto nada”, les dijo. Entonces se dio media vuelta y con la cabeza gacha se retiró del lugar, dejándolos en soledad con el moribundo.
Cuando llegó al costado de la ruta, vio que el móvil policial tenía una perforación de bala cerca del guardabarros trasero, a la altura de la rueda. Allí Coco Quintero intentó en vano explicarle varias veces al Gringo cómo los policías habían abatido al Prode Correa.

-“Vení Gringo, hace acá la foto, es el tiro que hizo el Prode…” -Decía Coco señalando el lugar del orificio de bala en el auto-.

Evidentemente Quinteros no había visto la situación en la que estaba el Prode, sino nunca hubiera pensado que éste pudo haber hecho algún disparo…

Suárez agarró de un brazo a su compañero y lo empujó hacia el móvil de La Gaceta. No hizo falta que le dijera nada al Negro Hernández, éste vio la cara del Gringo y solito entró al auto. Sabía que era hora de la retirada.

-“Acelerá negrito porque aquí estos nos matan a todos” – Dijo el Gringo con voz entrecortada-. Fue ahí que Coco preguntó qué estaba pasando. Lógicamente, quería una explicación porque su trabajo había quedado a medio hacer.

El Gringo, sin voltear la cabeza de su asiento y mirando fijo el espejo retrovisor, le indicó que no podía contarle todo, pero sí aclararle que el Prode estaba con ambas manos esposadas a sus espaldas, por lo que difícilmente hubiese podido hacer algún tiro.
-“Fue un fusilamiento, Coco. Lo asesinaron”. -Agregó Suárez-.

El Gringo era un hombre de mucha calle y su fama de buen “fotógrafo” se la había ganado a fuerza de jugarse el lomo para conseguir las fotografías más difíciles. No dudaba a la hora de disparar su máquina o tener que enfrentarse a “pesos pesados” de la policía, del ejército o a los matones que oficiaban de seguridad de algún mafioso o de los políticos. Golpes, empujones, disturbios, corridas, eran cosas normales, gajes del oficio, pero esta situación, un crimen a sangre fría, lo había superado.

Continuará…

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