Ramón Cirilo Blanco nació en Corrientes, donde cosechó algodón y nunca pudo terminar la primaria. Murió a los 19 años en la guerra de Malvinas. Gracias al trabajo de la directora y los chicos de una escuela de Arroyo Pontón, que buscaron a la familia del héroe para reconstruir su historia y bautizar a la institución con su nombre, el joven dejó de ser un Soldado argentino solo conocido por Dios.

A Ramón Cirilo Blanco le sacaron sólo dos fotos en su corta vida: en una de ellas se lo ve de perfil, elegante con su camisa de fiesta. Tuvo una vida difícil y una muerte de héroe. Había nacido en un pequeño paraje de Corrientes. Lo criaron sus tías y abuelas. Le tocó trabajar desde muy chico en la cosecha de algodón y nunca pudo terminar la primaria. Murió combatiendo en Malvinas junto al Regimiento de Infantería 12. Tenía 19 años.

Durante 37 años su familia nada supo de su destino final. Hasta que en enero, su tumba en el cementerio de Darwin dejó de tener la placa que rezaba Soldado argentino solo conocido por Dios y Ramón fue identificado.

Pero para la familia del héroe, la emoción de lo vivido este año no terminó allí: gracias a la iniciativa de los alumnos de la escuela del paraje Arroyo Pontón, la institución fue bautizada con su nombre.

“Siento que volvió al pago”, asegura Mónica Gómez (43), su hermana por parte de madre. Y agrega emocionada: “Hacía un tiempo que nadie se acordaba de Ramón. Ahora no sólo sabemos dónde está sepultado, sino que además su nombre se va a escuchar todos los días en su pueblo, cada vez que un chico diga que va a la Escuela Héroe de Malvinas Ramón Cirilo Blanco”.

Mientras celebra haberse hecho el ADN para que pudiera ser identificado en el marco Plan Proyecto Humanitario –impulsado por Julio Aro, ex combatiente y presidente de la Fundación No Me Olvides, el Coronel inglés Geoffrey Cardozo, y la periodista de Infobae, Gabriela Cociffi-, Mónica relata conmovida los detalles del acto oficial que le dio nombre a la Escuela Nº784.

Cuenta que hubo chamamé -que su hermano adoraba-, discursos emocionados, himnos y familiares por parte de madre y padre. Además de la placa conmemorativa, junto al mástil se descubrió la que reza Soldado argentino solo conocido por Dios, recién llegada de Malvinas y que allá fue reemplazada por la que lleva tallado Ramón Cirilo Blanco. Todo con la presencia de Claudio Avruj, secretario de Derechos Humanos y Pluralismo Cultural de la Nación. Y gracias a la incansable tarea de Mabel Miranda, la directora de la escuela y motor de la investigación que hicieron sus alumnos sobre la vida del héroe, sin imaginar lo que vendría…

De chamamé, algodón y lucha

La biografía que resultó de la pesquisa dice que Ramón Cirilo Blanco nació el 7 de julio de 1963 en Arroyo Pontón, un paraje rural de San Luis del Palmar, Corrientes. Le dieron el apellido de su madre, Porfidia, pero lo criaron su tía Isabel –quién además lo amamantó– e Ilde Blanco, su abuela.

“Mi mamá lo tuvo soltera. Y era tan pobre que no le quedó otra que dejarlo y venir a trabajar como empleada doméstica a Corrientes Capital”, cuenta Mónica.

Le decían Ramonchalana porque trabajaba juntando algodón y hacía la jerga para los caballos. Hablaba más guaraní que castellano. Y cuando tenía siete años su abuela paterna, Leodora, se lo llevó a vivir a un paraje cercano, Rincón del Sombrero, junto a su papá José Morales y su tía Ramona.

En esa época, Ramón iba a caballo a la Escuela Nº724, pero trabajaba en el campo y no pudo terminar el primario. Le gustaba jugar al fútbol y bailar chamamé. Cada tanto iba a Corrientes a visitar a su mamá. “Tenía 16 cuando pasaba a tomar mate. Me hacía a caballito”, recuerda Mónica sobre ese hermano trece años mayor, con el que no llegó a convivir. Y que tuvo además cinco hermanos menores por parte de madre y cinco más, por su padre.

En 1982, a Ramón le llegó la hora de hacer el servicio militar. Le tocó el Regimiento de Infantería número 12 de Mercedes, Corrientes, compañía B, a cargo del cabo Roberto Baruzzo. Cuando empezó la guerra, viajó a Paraná, de ahí a Río Gallegos y el 24 de abril desembarcó en las Islas Malvinas.

“Mi mamá no sabía que se había ido a la guerra. Sólo estaba al tanto de que estaba en el Regimiento en Mercedes. Y cuando preguntaba por su hijo le contestaban: ‘Quédese tranquila, señora. No lo vamos a mandar porque no tiene experiencia'”, revela Mónica con un nudo en la garganta.

Su primera misión fue en el monte Challenger, dónde descubrió que en las Islas no había montes tupidos como en su Litoral para guarecerse, sino piedra, agua, hielo y mucha niebla, además de frío. En el monte Kent hirieron a su líder y a partir de ahí todo fue incertidumbre. Su partida de defunción dice que murió el 10 de junio “en acciones de guerra”. Pero no hay versiones certeras sobre cómo, cuándo y dónde perdió la vida. Lo cierto es que la noticia le llegó a Sixta Morales, otra de sus tías, en el último domicilio familiar que Ramón pudo dar.

“Nosotros vivíamos en una calle cortada, sin nombre ni número”, apunta Mónica que todavía recuerda cómo su madre buscó a su hermano.

“Lo lloró y lo esperó hasta el día en que ella murió, hace 23 años. En los 90 viajó una vez a Malvinas, pero no lo encontró. Tenía la ilusión de que su hijo hubiera quedado prisionero. Me gustaría tenerla conmigo ahora, para vivir todo esto”, lamenta Mónica.

Una premisa: no olvidar

Y si bien la historia de Ramón Cirilo Blanco está teñida de dolor e injusticia, ahora también tiene mucho de esperanza y otro tanto de encuentros. “Conocí a Mabel Miranda cuando buscábamos a la mamá de Gabino Ruiz Díaz, el primer ‘Soldado argentino solo conocido por Dios’ que pudimos identificar. Ella se comprometió desde el primer momento con la causa”, relata el veterano Julio Aro.

Mientras, Mabel recuerda cómo fue llegar a una escuela sin nombre, levantada hacía ochenta años en el paraje correntino. “Convoqué a la comunidad para saber si alguien de la zona se había destacado. Algunos me hablaron de quien había donado el terreno. Otros, de ‘Blanco, un chico que nació acá, peleó en Malvinas, no volvió y del que se sabe muy poco’. Entonces, con la ayuda fundamental de Florencia Conde, investigadora UNNE-CONICET, organicé a los chicos y los puse a averiguar. Ellos hablaron con vecinos y familiares para reconstruir la historia de quién le daría nombre a su escuela”, cuenta la directora, tan orgullosa como conmovida.

Jamás imaginó que su búsqueda terminaría en una placa de bronce, pero además en otra de granito negra, al pie de una cruz dónde los familiares de Ramón Cirilo Blanco hoy pueden colgar sus Rosarios.

Porque cuando el año pasado ella misma fue a visitar a Mónica para preguntarle por la historia de Ramón –y así ayudar a sus alumnos–, de paso le consultó: “¿Vos ya te hiciste el ADN?”. “No. Cada vez que averiguo por acá cómo hacer el trámite nadie me explica”, le contestó la hermana del caído, que ya había estado escuchando en la radio sobre el plan humanitario de identificación de los cuerpos de las tumbas sin nombre en Malvinas.

“Hace mucho que estamos buscando a los familiares de Ramón Cirilo Blanco”, le contestó Julio Aro a Mabel cuando ella le contó que había dado con una hermana y que estaba dispuesta a hacerse el ADN.

“Admiro a la directora. Gracias a ella me llamaron al día siguiente para hacerme la extracción. Me dijeron que me pagaban todo para ir a Buenos Aires. Pero a mi me daba miedo: nunca había salido de mi ciudad. Así que el 2 de noviembre vinieron para acá a sacarme la muestra. El 24 de enero me citaron en la Casa de Gobierno de Corrientes para entregarme el informe de antropología forense con el resultado. Pero además, me entregaron la medallita grababa con el DNI y el escudo de Rincón del Sombrero que llevaba mi hermano. Me contaron que por el frío, su cuerpo estaba bien conservado, con su ropita”, rememora Mónica, que mandó a bendecir la medalla y la guarda en una caja transparente, para poder exponerla sin que se estropee.

Pero eso no fue todo, porque el último 13 de marzo Mónica se subió por primera vez en su vida a un avión para volar a Malvinas y llorar sobre los restos de Ramón.

“Me arrodillé, abracé la cruz y sentí que lo abrazaba a él”, asegura hoy, cuando todo es homenaje y la tristeza, que sigue ahí, cobra otro sentido. “Me duele todo lo que sufrió: nació sin papá, su mamá era pobre y tuvo que andar viviendo de acá para allá… ¡Encima lo llevaron a una guerra inútil!”, se emociona. Y cuenta orgullosa que el día que descubrieron la placa en la escuelita, hizo faltar al colegio a sus hijos, Matías (15) y Cristian (9), para que participen del homenaje y escuchen la historia del tío.

 

fuente. infobae

Comments

Comentarios