Por Manuel Ernesto Rivas. El Día de San Valentín, conocido también como el Día de los enamorados, más allá del hecho comercial, del gesto, del detalle galante, de la demostración de ese sentimiento tan bello para muchos, tan doloroso para otros, puede servir para reflexionar. ¿Qué es el amor en realidad? ¿Cuál es su esencia?


Un profesor de Latín que tuve en mis años de formación docente explicó en clase que la palabra “amor” estaba derivaba de esa lengua y se había formado con la unión de la preposición “ab”, que con el tiempo perdió la “b” y que significaba “sin”, y con el sustantivo mors, mortis, de la tercera declinación, cuyo significado era “muerte”. De tal manera que la unión de esos dos vocablos latinos formando la palabra amor tenía el significado literal de “sin muerte”. Y es así. Cuando uno está enamorado se siente más vivo que nunca, en especial en circunstancias en que ese sentimiento es correspondido. Por el contrario, cuando no hay esa química, esa correspondencia, ese feedback, se transforma en dolor, en angustia. Uno se quiere morir, literalmente. Pero ¿por qué se llega a esos extremos? Seguramente porque la importancia de ese ser destinatario de nuestro amor es tan valiosa como la propia vida.
¿Cuál es la clave entonces para encontrar esa media naranja, esa mitad que encaja a la perfección con uno? No se trata de medidas específicas o exactamente iguales. Muchas veces el amor no es un espejo en el que nos miramos buscando aquello que tenemos en común, sino que la atracción se da con personas que son diferentes en muchos aspectos. Para el filósofo español José Ortega y Gasset, el amor era “el encuentro de dos soledades”. Con ello se refería a nuestra individualidad, no al hecho de estar solos en el mundo. El encuentro de esas soledades hace pensar en una comunión de dos almas, de dos corazones, de sentimientos que resultan difíciles de explicar. Allí se encuentra esa esencia que hizo decir al poeta español Gustavo Adolfo Bécquer, que la mujer amada es poesía.
Pero, lejos de la lánguidez y dolor que genera el amor en los poetas del romanticismo, el amor en los tiempos actuales se abre camino hasta en las redes sociales. Los códigos han cambiado en muchos aspectos, condicionados por la tecnología, la necesidad del vértigo de la vida moderna, pero las sensaciones siguen siendo las mismas. El amor es esa reacción química, esas pupilas que se dilatan, esa sensación tan agradable de estar al lado de una persona que nos condiciona como seres inteligentes y razonables.
¿Por qué no apuntar hacia ello? ¿Por qué no proponernos superar lo establecido y poner el alma como una ofrenda de armonía a los pies del ser amado, como si fuera un ramo de rosas blancas?
Quizás lo logremos si lo intentamos, si no nos quedamos al borde del camino, como sostenía Mario Benedetti en su poema “No te salves”.

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