Letras de Fuego / Entrevista / Por Manuel Ernesto Rivas*. El mundo nos reserva sorpresas agradables, como el escritor polaco Tomasz Sadlik, quien se siente cómodo publicando en diversos idiomas, como el francés, el inglés y el castellano. Conózcalo en este diálogo.
Manuel Ernesto Rivas (MER): —¿Cómo surgió su interés por el idioma en castellano y su literatura?
Tomasz Sadlik (TS): —La primera fue la literatura. Leí mucho de niño. Apenas aprendí a leer con mayor fluidez, a mis diez años empecé a leer todo: literatura para niños, para jóvenes y para adultos también. Me apunté a todas las bibliotecas de barrio, la municipal y la provincial de mi ciudad natal —Bielsko— y en pocos años tenía leídos todos los clásicos. Para hacerle una idea: La montaña mágica de Thomas Mann la leí en dos días de lectura, durante un fin de semana.
Fueron los años en los que se traducían al polaco y se publicaban en polaco todas las obras del naciente boom de la literatura latinoamericana. E inmediatamente, de forma casi automática, esas obras estaban accesibles en todas las librerías y bibliotecas del país. Había poca televisión, solo una cadena, así que la gente leía y leía mucho.
Cuando ingresé en la Universidad Jaguelónica de Cracovia como estudiante de Filología Románica —la francesa—, nos propusieron hacer una doble carrera, añadiendo la Filología Española, con un curso intensivo de castellano para empezar. Luego se sumó la literatura y volví a leer todas aquellas obras en castellano: ¡fue un deleite leer Rayuela en su versión original!
En la carrera hispánica tuvimos profesores polacos, españoles e incluso uno de Bolivia. Todo culminó con el viaje-beca a Cuba: un año de lectura, cine, contactos, fotos, pero fiesta también.

MER: —¿Qué puertas le ha abierto el conocimiento del castellano?
TS: —Muchas: primero, la literatura. Luego, profesionalmente, llegué a ser profesor de español en tres universidades de Cracovia. En paralelo, trabajé como guía de turismo en España: salía con turistas polacos que no habían tenido, hasta entonces, la oportunidad de viajar fuera del llamado bloque de países socialistas.
Después fui traductor oficial —y lo sigo siendo—: conocí a muchas personas en circunstancias de vida muy variadas, cuando se casaban, cuando tenían que presentarse ante la policía o cuando querían autorizar a sus hijos a viajar a España… Finalmente, fui asesor del Gobierno de Aragón en Polonia, ayudando a inversores aragoneses a invertir en Polonia.
MER: —¿Cómo fueron sus años de formación en la Universidad pública de Cracovia?
TS: —Muy tensos, muy pobres y muy ricos al mismo tiempo. Coincidieron con el paroxismo y la agonía del socialismo en Polonia, tras el estado de guerra declarado en 1981, que no se revocó hasta bien entrada aquella década.
Hubo mucha lectura y clases de todo tipo: desde preparación para la defensa y economía marxista, pasando por inglés y bellas artes, hasta filosofía y sociología. Pero sobre todo, mucho contacto con los idiomas: me apunté a clases de inglés, catalán e incluso quechua.
En el trasfondo, los estudiantes se resistían, organizaban manifestaciones frente al consulado soviético, hacían circular gacetas clandestinas y ayudaban en los contactos con la prensa extranjera. Las fiestas se organizaban en casas privadas o en residencias de estudiantes. Había pocos conciertos y no todo el mundo podía asistir.
Sin embargo, había películas francesas gratuitas en el Instituto Francés, la librería del consulado americano o el Goethe-Institut. Todo era gris: la ciudad apenas respiraba, sofocada por la espesa capa de humos domésticos de las casas antiguas del casco histórico, calentadas con carbón; dos siderúrgicas vecinas expulsaban sin pudor todos sus humos industriales, sin filtros.
La gente se refugiaba en sus hogares, se protegía con chistes, cabarets y prensa clandestina contra la propaganda que cantaba el éxito del modelo socialista —una versión muy distinta del ideal inicial, por supuesto. Todo el mundo iba a la iglesia; incluso los apparátchiks más duros casaban a sus hijas en iglesias… del campo, muy lejos de la capital.
MER: —¿Cuándo y cómo descubrió su vocación de escritor?
TS: —Empecé a escribir antes de comenzar mis estudios universitarios. Pero no tenía la menor idea de cómo participar en concursos, por ejemplo. Mi familia, de origen de clase media, no tenía estudios; fui el primero de tres generaciones en acceder a la universidad.
Escribí poemas a mi primer amor juvenil, como todo el mundo, por supuesto. Pero todavía no publicaba…
MER: —¿Qué obras ha publicado y en qué idiomas?
TS: —La historia de mis publicaciones sería una novela corta aparte. Firmé la edición en papel de mi primera novela en polaco con una editorial de Cracovia bastante tarde, en 2008. Había escrito apenas veinticinco páginas de una novela policial y se me ocurrió enviarlas a esa editorial sin mirar su perfil. Editaban libros para jóvenes, nada de policiales ni literatura para adultos.

Les envié esas páginas una mañana a las 8:15 desde mi oficina y, al cabo de veinte minutos, me llamaron para asegurarse de que no se trataba de una traducción… ¡y para firmar el contrato de inmediato! Iba a ser la primera novela de una nueva serie policial que planeaban iniciar. Me dieron dos meses para completarla.
Estaba ya en redacción en verano del mismo año cuando me llamaron para decirme que, debido a la crisis, tenían que posponer la publicación y añadir un anexo al contrato. Por desgracia, aquel proyecto nunca volvió a realizarse.
Después publicaron, tras recibir el primer premio, mi novela corta de ciencia ficción en polaco: El libro del fin del mundo (Księga końca świata).
Más tarde, una editorial nueva iba a debutar en el mercado polaco, en Cracovia, con otra novela mía: Misueños. Karaibska miłość (El amor caribeño), una novela policial inspirada en mi estancia en Cuba. Se imprimieron los primeros quinientos ejemplares, se organizó una recepción de lanzamiento y se regalaron algunos ejemplares.
A los pocos días, el dueño de la editorial fue encontrado muerto en su piso nuevo —acababa de divorciarse y vivía con una novia, socia suya—. Nadie supo dónde se almacenaron los demás ejemplares de la tirada y, sin fondos y fallecido el promotor, la editorial cerró.
Luego escribí varias novelas en polaco inspiradas en mis estancias en España (2016), Inglaterra (2019) y Francia (2022), publicadas como e-books. En 2023 apareció en París mi primera novela escrita en francés: Ytziano Lavinqui, la mission du futur, una novela corta de ciencia ficción, que ahora se está reeditando en la República Democrática del Congo.
En 2024 escribí una novela corta en inglés: Aaron Woods’ Affair, un thriller cuyo protagonista se inspiró en la figura de Woody Allen, que iba a rodar una película en Cracovia, aunque todo resultaba ser un pretexto de los servicios secretos estadounidenses.
Y finalmente, tras un primer intento de escribir en castellano en 2016, reescribí completamente mi novela sobre mi juventud: Tempus redeuns, que actualmente busca editor.
MER: —¿Qué nos puede contar sobre el modo en que está escrita su novela “Tempus redeuns”?
TS: —Es una sucesión de escenas-imágenes escrita por un escritor ya bastante mayor que vuelve a su niñez para cumplir una misión: completar documentación para su última novela. Revive y narra su vida, versión 2.1, que cree ser un sueño. Pero el sueño se prolonga y, de lo onírico, pasa a ser cada vez más realista y real.
Por otro lado, suceden cosas que no ve, de las que ni siquiera se entera, pero que inciden o incidirán en esa versión de su vida. Por ello necesitaba tres narradores: protagonista-niño, protagonista-adulto y un narrador omnisciente clásico.
Se suceden escenas e imágenes, a veces combinadas con música de fondo, como en las películas que desarrollan esa segunda versión de la vida de quien ha vuelto a su pasado. No es lineal, aunque sí progresa en el tiempo: empieza en 1974 y termina en 1992.
En paralelo, evoluciona el ritmo y la imagen: de lo onírico, soñado, extraordinario y lento, pasa a ser cada vez más rápido y rítmico, culminando en el paroxismo de las últimas escenas justo antes del asesinato del protagonista.
En lugar de describir a las personas físicamente, las presento actuando o representadas en dossiers de la milicia popular. Hay varias capas temporales y de protagonistas: aparece Granski, un joven oficial de la milicia que al principio parece fiel al régimen y devoto a su tarea… Al final, se revelará totalmente distinto.
En la segunda parte del díptico, Tempus redeuns II – Entre sueños, Granski aparecerá como la voz principal y el eje de los acontecimientos, mientras Jorge Sikorski, el protagonista del primer libro, estará en coma.
MER: —¿Hay algo de autobiográfico en esa novela? ¿Qué aspectos?
TS: —Muchos. Jorge Sikorski es un joven que estudia y se resiste. Pero también he plasmado biografías de personas mucho más resistentes e implicadas. En realidad, mi timidez y mi afán de estudiar me confinaron más en los libros; participé poco en manifestaciones o en lanzar piedras a las fuerzas represivas de la milicia.
Quise ofrecer una imagen más objetiva de la juventud de entonces, un homenaje a quienes se implicaban más. Las mujeres que conocí. El joven que se suicidó tras una pelea familiar relacionada con un álbum de historia del arte que habíamos comprado juntos. Mis viajes, mis profesores, mis caminatas por las montañas alrededor de mi pueblo.
MER: —¿Cuál es su mecánica de trabajo al escribir?
TS: —Empieza con una idea, un esbozo de escena. Luego otra, y otra más. Se crea una línea de escenas incompletas. No me gusta cerrarlas del todo, pero sí corregirlas: su ritmo, su imagen, los protagonistas, el fondo. Sin exagerar, dejando espacio a la imaginación del lector.
Mi lector disfruta completando los huecos, como manchas en un cuadro de pintura tachista. Solo al final aparece la imagen completa: la novela exige un segundo gesto tras terminar la lectura, alejarse del “cuadro” y contemplarlo en su totalidad.
Y está también la idea del díptico, que explico en mi novela así:
“”Existía en el Medioevo europeo una costumbre (…) adeptos de mi revolución.””
MER: —¿Qué cambió para bien y qué cambió para mal en su país con el cambio ideológico en el Gobierno?
TS: —Cambió todo: la forma de vivir, la libertad de viajar, las instituciones, el regreso del Senado y del Presidente. Se habló de crímenes soviéticos, se modernizó el país, se aceleró el ritmo de vida y trabajo. Se redujo la lectura.
Aparecieron extranjeros tras cuarenta y cinco años de ausencia. La gente tiene coches en lugar del transporte público omnipresente. Desapareció la censura. Hay pluralidad política y mediática. Es otro país.
MER: —¿Por qué a los escritores les cuesta conseguir difusión de sus obras?
TS: —Depende del país, pero en general la gente tiene cada vez menos tiempo para leer y busca imágenes inmediatas: cine, videojuegos, series. La televisión contribuye poco a la difusión literaria.
Por eso escribo en otros idiomas: quiero mostrar cómo era y cómo es mi país de forma lo más plástica posible.
MER: —¿Qué aconsejaría a los que se inician en la actividad literaria?
TS: —Paciencia. Imaginación. Escribir a diario. Leer. Corregir. Observar. Ser sincero, sensible y empático. No parar nunca. Tener fe: al principio fue el verbo y lo será al final. El verbo es poderoso. Y quizá, algún día, el lector lo aprecie.
*Fundador y director de Diario Cuarto Poder. Profesor en Letras e Historia. Periodista, gestor cultural y escritor.
Datos biográficos del entrevistado
Tomasz Sadlik nació en Bielsko-Biała, en la Polonia comunista, y tras cursar estudios de Letras en la Universidad Jaguelónica, el autor se convirtió en traductor profesional en varios idiomas (francés, español, inglés y catalán).



