El local se impuso 5 a 0 sobre un débil rival sin ideas y con un bajísimo nivel futbolístico

No fue fiasco, fue fiesta y goleada para la historia de las inauguraciones mundialistas. El temido Rusia-Arabia Saudita, presentado con justicia como la apertura menos estimulante en la historia de los Mundiales, aprobó ampliamente el examen con un 5-0 del equipo local a costa de una selección que confirmó que las buenas intenciones no alcanzan en el fútbol, e incluso pueden ser contraproducentes.

Se medían los dos peores equipos del torneo, si se atiende al ranking de la FIFA, pero se presentaba sobre todo el país anfitrión, siempre un tema importante en los Mundiales. Si el local empieza con buen pie, la euforia crece en las calles y el Mundial suma pasión y volumen. Si el local tropieza, el torneo sufre un poco. No se le puede exigir a Rusia que pase a octavos en un grupo, el A, en el que están Uruguay y el Egipto de Mohammed Salah, pero hoy ganó el partido que tenía que ganar sí o sí, y además lo hizo con contundencia. Eso es más de lo que los propios rusos esperaban.

El fútbol engaña. Lo que parece un contratiempo a veces termina convirtiéndose en oportunidad. Cuando Alan Dzagoev abandonó lesionado el campo de juego a los 24′, la impresión fue que Rusia perdía un jugador importante, un armador con criterio. Impresión correcta, aunque Rusia no perdió, ganó. En lugar de Dzagoev entró Denis Cheryshev, que además de elevar el entusiasmo de sus compañeros luchando cada pelota con los a veces abúlicos saudíes, pronto encontró amplios huecos en la defensa de los hombres de Juan Antonio Pizzi. De principio a fin.

Cheryshev entró en un buen momento, porque Rusia ya ganaba gracias al gol de Yuri Gazinsky a los 12′. Fue lo que duraron las esperanzas de los saudíes, una docena de minutos. Tras un comienzo prometedor, moviendo la pelota con criterio y prolijidad en la ofensiva, enseguida quedó claro que los “halcones” del desierto tendrán gusto por el arco contrario, pero no saben qué hacer para cuidar el propio.

Fue el caso del gol de apertura. Los saudíes se confiaron, pensaron que el peligro se había desvanecido tras un ataque ruso fallido, pero los locales se reorganizaron, reanudaron la jugada y triangularon con paciencia hasta que Aleksander Golovin puso la pelota en medio del área. Las camisetas verdes se convirtieron en alfombras del mismo color, porque dio la impresión de que a Gazinskiy le desplegaron eso, una alfombra para que saltara a placer en el área. Agradecido por tanta gentileza de los visitantes del desierto, el ruso cabeceó con comodidad cruzando la pelota ante un arquero, Abdullah Al-Mayouf, que a lo largo del partido se demostró manifiestamente mejorable en el puesto.

Muy frustrante para Pizzi, que dirige al equipo apenas desde diciembre y tendrá dificultades para replicar la hazaña de otro argentino, Jorge “Indio” Solari, director técnico de aquella fabulosa Arabia Saudita del Mundial de Estados Unidos 94 que llegó a octavos de final y dejó golazos para el recuerdo de Said Al Owaran.

No hay “Owaranes” ni nada lejanamente parecido en su equipo, como tampoco hay mucho en Rusia de aquella selección que diez años atrás encantó al mundo con su talento para escalar hasta las semifinales de la Eurocopa 2008. Lo habrá notado Diego Maradona, que siguió el partido desde un palco.

Pero es tan modesta Arabia Saudita que Rusia tampoco necesitó demasiado. Le alcanzó con aprovechar los regalos de una defensa entre ingenua y limitada, o probablemente las dos cosas. A los 43′, Golovin recibió en los pies la pelota de un saudí y habilitó a Cheryshev, que sentó a dos vestidos de camiseta verde. Mientras miraba de reojo como ambos rivales se deslizaban impotente y sincronizadamente sobre el césped, la clavó con un zurdazo en el ángulo. Jugar en la Liga española -tuvo incluso un breve paso por el Real Madrid- curtió el carácter y la técnica del mediocampista, fundamental hoy para el equipo dirigido por Stanislav Cherchesov.

Para fortuna del árbitro argentino Néstor Pitana, la tarde siguió discurriendo con dulzura en el histórico estadio Luzhniki de Moscú. Ya había cantado Robbie Williams, ya había pisado el césped el Ronaldo campeón del 94 y el 2002, ya había sonado la música y explotado el color propios de toda inauguración. Con 17 grados y 43 por ciento de humedad, el desgaste físico fue limitado para los jugadores, y aunque los saudíes tuvieran una oportunidad en el primer tiempo y otra en el segundo, su primer partido en Rusia les deja una enseñanza: es muy lindo tratar de meterla en el arco contrario, pero es más importante aún alejarla del propio. Y para eso hay que marcar. Y defender. Por eso, porque los términos defensa y saudí conforman un clarísimo oxímoron, es que Artem Dzyuba, tras un gran centro de Golovin, puso de impecable cabezazo el 3-0 y cifras de goleada a los 71′. Cheryshev, el hombre del partido, amplió a 4-0 a los 90+1 con un potente tiro desde el borde del área y Golovin, con un tiro libre que entró pegado al palo, completó la “manito”.

Habrá fiesta esta noche en las calles de Moscú, fiesta más que merecida. Mañana, en Ekaterimburgo, se miden Uruguay y Egipto, los verdaderos dueños de la pelota en el Grupo A, por más entusiasmo y fundadas esperanzas matemáticas que pueda tener Rusia tras el partido y la muy merecida victoria de hoy ante un rival que no fue tal.

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