Carlos Eduardo Robledo Puch lleva 48 años en prisión por los once crímenes que cometió cuando apenas tenía 19 años

El Ángel Negro que mató a once personas en 1972 dice que se asfixia, que tiene miedo de sufrir. Amenaza con suicidarse y pide una pena de muerte como en Estados Unidos.

Como a los 19 años -en 1972- Carlos Eduardo Robledo Puch pidió que le dieran un revólver.

Pero esta vez, el asesino que está preso desde hace 48 años por matar a once personas mientras dormían o estaban de espaldas, quiere usar el arma no para asesinar, sino para suicidarse.

“Tengo miedo de morir asfixiado, si me dan a elegir, que me traigan un arma porque preferiría pegarme un tiro en el corazón, como René Favaloro”, dijo desde una oficina de la Unidad Penal Número 26 de Olmos en una charla telefónica que mantuvo en exclusiva con el periodista Alejandro Salamone del sitio web eleditorplatense.com.ar.

No es casual que mencione a Favaloro, según Robledo, el argentino más notable de los últimos 30 años. Hay una casualidad que él mismo encontró: Osvaldo Raffo, el perito que dictaminó que era un psicópata perverso incurable, y al que Robledo odiaba, hizo la autopsia de Favaloro.

En varios tramos de la entrevista, el famoso asesino de 68 años, lloró. Recordó a sus padres, dijo que Barreda era un hombre maltratado y que es peronista pero odia al kirchnerismo.

Hubo otra cosa que pidió con desesperación. Lo dijo cinco veces en menos de una hora. Y ya lo había escrito en una carta que le mandó hace dos años a la por entonces gobernadora bonaerense María Eugenia Vidal. Suplicó que le den la inyección letal, como a los condenados a muerte en las prisiones de los Estados Unidos.  

“Quiero que me la den como se la dieron a Evita”, dijo.

Cuando Robledo habla de “eliminarse” de un balazo “porque no se sufre”, es como si hablara por el que fue cuando, con su ropa de marca, zapatillas de moda y su belleza angelical, mataba a sus víctimas de uno o dos balazos. Él consideraba, lo dijo en la confesión que figura en el expediente, que los muertos no sufrían si eran asesinados sin darse cuenta.

Es más, declaró que a su amigo Héctor Somoza, su último asesinato antes de caer, el 4 de febrero de 1972, lo mató “para que no sufriera”.

En la foto que publica el medio, cedidas por el Servicio Penitenciario Bonaerense, se lo ve desmejorado, con canas. Y derrumbado.

Robledo Puch, con Rodolfo Palacios, cuando el autor de esta nota lo entrevistó hace 12 años en Sierra ChicaRobledo Puch, con Rodolfo Palacios, cuando el autor de esta nota lo entrevistó hace 12 años en Sierra Chica

Las frases más salientes de la entrevista de Robledo, que vuelve a dar una nota después de 12 años, muestran a un hombre acabado. En la anterior, hecha por quien escribe esta nota, tenía una certeza: “Todos los días muero un poco, y sé que voy a morir acá adentro”. Por esos días, en 2008, estaba en la cárcel de Sierra Chica, donde sobrevivió al motín de Semana Santa de 1996, donde sus compañeros mataron a ocho presos, los decapitaron y cocinaron empanadas con sus restos.

Hoy frente al periodista del portal plantense, desgranó su presente:

”A la noche me ahogo por el reflujo, me orino, apenas puedo mantenerme en pie porque mis piernitas no dan más. No estoy pidiendo una reparación por el daño que me han hecho teniéndome injustamente en la cárcel 48 años, me robaron mi vida a los 20, sino que suplico me apliquen una inyección letal como hicieron con Eva Perón cuando no daba más del dolor… ¿usted sabe eso? Pocos lo saben, a Evita no la dejaron sufrir más, le aplicaron una inyección de mucha morfina para que deje de sufrir y yo quiero lo mismo porque no me van a dar un arma para que me pegue un tiro en el corazón como hizo Favaloro, así no se sufre nada”.

A pesar que asegura que le falta el aire Robledo Puch casi que no tiene pausa al contar su verdad. Así como usa mucho la palabra eliminar, también usa lastimar. Quizás sea tema para los psicólogos:

“Yo no lastimé ni eliminé a nadie, quienes mataban eran los Ibañez y por la corrupción de este país, por 50 millones de pesos ley que puso Jorge Ibañez, compraron al subcomisario de Tigre de aquel entonces para que no se sepa el verdadero autor de esos crímenes y me dejaron preso a mí. Yo sólo robaba para ayudar a los pobres. ¿Usted sabe?, mis padres no podían comprarme libros y lo primero que robé en mi vida fue una colección de libros entre los que estaba la historia de Robin Hood”. 

Mientras avanzaba la entrevista telefónica (por protocolo en esta época de pandemia se decidió que sea así aunque él esperaba estar frente a frente con quien lo iba a entrevistar) Robledo Puch volvía siempre a lo mismo y con mucha angustia, casi llorando aunque no llegaba a quebrarse del todo, suplicaba que lo eliminen con una inyección letal:

“Total nadie se tiene que enterar, que me lleven a una clínica y me apliquen una inyección señor -decía una y otra vez- estoy suplicando por el amor de Dios que hagan eso, no doy más, me queda poco tiempo…”.

La detención de Robledo Puch en 1972. Lo llamaron El Ángel NegroLa detención de Robledo Puch en 1972. Lo llamaron El Ángel Negro

“Yo tengo una causa de cuando tenía 15 años por vaciamiento de joyerías y relojerías y hurto automotor. Yo empecé a robar de chico. En ese entonces, mi papá era uno de los colaboradores más jóvenes de Perón. Es cierto, yo era ladrón pero no asesino”.

“Por no haber comido dos días, por ignorancia se me formaron tres hernias y con la última se me rompió la próstata. Ahora estoy sentado hablando con usted y tengo un papagayo porque me orino encima, estoy sucio, la última vez que me bañé fue en febrero, se me cae la piel, tengo asma que me quedó desde cuando me pisaron el pecho con unos borceguíes hace mucho, tengo olor a orín, no doy más”.

“No quiero morir en medio de un sufrimiento espantoso, me resfrío con facilidad, me ahogo, morir asfixiado es tremendo. Tengo pavor. Yo ni siquiera usaba armas para robar. En 48 años de cárcel solamente tengo dos partes por agarrarme a trompadas siendo que los presos se matan todos los días. A mí en Sierra Chica me quería todo el mundo”.

Abrazaría con fuerza a mi mamá y a mi papá, los hice sufrir mucho. La última vez que vi a mi padre nos miramos mucho, en silencio, y yo le dije que se quede tranquilo que la vida me iba a reivindicar. Cuando yo robaba ellos intentaron ayudarme, me llevaron a un conventillo pero cuando salí trabajé un tiempo en un taller de autos y volví a robar”, y vuelve a repetir: “Yo era ladrón, nunca lastimé ni maté a nadie…”.

”Mi mamá en julio del 1985 se pegó un tiro en la cabeza con un arma que era del padre, le salvaron la vida en la clínica Mayo milagrosamente porque la munición era vieja, siempre desde chiquito supe donde estaba esa pistola y nunca la toqué. Pero eso nadie nunca lo mencionó”.

En la entrevista también dijo que sólo robaba para ayudar a la gente muy pobre, que se crió en un conventillo y lo primero que robó fue una colección de libros de Robin Hood. “Porque mis padres no podían comprarme casi nada. Soy hijo único y en silencio miraba en mi barrio cómo había pibes que tenían tantos juguetes y que estaban muy bien, en cambio  yo tuve pocos juguetes… un tractor, un camioncito cisterna marca Baltasar, y un día de reyes me regalaron uno de esos autitos para ponerle masilla, ¿se acuerda? Yo ayudaba a la gente pobre, anónimamente les dejaba dinero envuelto en sobres de papel madera”.

“Antes estaba obsesionado por escaparme, ahora ni siento energía por eso. Estoy convencido de que voy a morir preso, ojalá la Justicia me demuestre que estoy equivocado”, le dijo al pastor que lo visita en la cárcel de La Plata (Télam)“Antes estaba obsesionado por escaparme, ahora ni siento energía por eso. Estoy convencido de que voy a morir preso, ojalá la Justicia me demuestre que estoy equivocado”, le dijo al pastor que lo visita en la cárcel de La Plata (Télam)

¿Si conozco a Barreda? Sé que murió hace poco, a los 83 años. No puedo juzgarlo, pero sí puedo decir que es un hombre que se cansó del maltrato del que era objeto y mató a esas mujeres. Una vez un interno en Sierra Chica que se estaba bañando y saliendo de la ducha me preguntó ¿por qué Barreda sí y Robledo no? Se refería a por qué él había salido libre y yo no… y le respondí  porque a Barreda no lo consideran un peligro para la sociedad y a mí sí. Por eso él pudo cumplir su pena y salir”.

En julio hubo una noticia que podría haber cambiado su ánimo: la Sala 1 de la Cámara de Apelaciones y Garantías en lo Penal, en un escrito firmado en forma digital el 6 de junio por el camarista Bernardo Luis Hermida Lozano, pidió al Patronato de Liberados de Vicente López que encuentre un lugar “o institución” donde pueda ser alojado Robledo Puch.

Al mismo tiempo autorizó a que sea entrevistado por videollamada por una psicóloga del Patronato para que, según la resolución (que responde a un pedido de la defensa de Robledo), “desarrolle las medidas necesarias a fin de procurar un domicilio apto para las condiciones que le fueron impuestas al interno”.

“Si Robledo Puch consiguiese un domicilio a donde ir, estaría con prisión domicialiaria”,dijo a una fuente del caso. En los últimos quince años, en los que Robledo pidió al menos diez veces que le dieran la libertad “por agotamiento de pena”, aparecieron tres personas que se ofrecieron como garantía e incluso le propusieron alojamiento.

Una es una mujer de Sierra Chica. Otro el dueño de un campo de Olavarría que, según Robledo, llegó a proponerle que sea el casero del lugar. El tercero es un hombre que vive en Paraguay y era amigo de su padre. Pero ninguna de las tres opciones fue aceptada por la Justicia.

Es decir, si se consigue un lugar adecuado, Robledo podría terminar con lo que él cree que es una “maldición”: su encierro “eterno”.

“Si Robledo Puch consiguiese un domicilio a donde ir, estaría con prisión domicialiaria”, dijo a una fuente del caso“Si Robledo Puch consiguiese un domicilio a donde ir, estaría con prisión domicialiaria”, dijo a una fuente del caso

Pero su estado de ánimo cambió después de enterarse que algunos internos del penal que lo aloja tienen Covid-19, pandemia que él dice haber anticipado en 2010, cuando al autor de esta nota habló de un virus que acabaría con el planeta. Un virus con forma de bomba o meteorito que causaría el fin del mundo.

“Antes estaba obsesionado por escaparme, ahora ni siento energía por eso. Estoy convencido de que voy a morir preso, ojalá la Justicia me demuestre que estoy equivocado”, le dijo al pastor que lo visita en la cárcel de La Plata.

La muerte de Ricardo Barreda, a los 84 años, lo movilizó. “El pudo morir libre, al menos. Como (Arquímedes) Puccio y Yiya Murano”, dijo el que parece ser el único asesino famoso del oscuro y tenebroso “Olimpo” del crimen argentino.

En 2019 fue internado por una neumonía multifocal. Además sufre de dos hernias: una umbilical y una inguinal bilateral. “No quiero operarme”, le dijo a los médicos. Como si fuera poco, tiene asma y EPOC. Es un paciente de riesgo, pero nadie analizó la idea de otorgarle una prisión domiciliaria, como ocurrió con otros condenados que corrían riesgos ante el avance del COVID-19.

 

 

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