Olga Morales emigró a las blancas aulas del Cielo

Por Manuel Rivas* Director de Diario Cuarto Poder | Una dolorosa despedida. Es complejo expresar todo lo que representaba para mi Olga Morales, arrebatada de esta vida, como muchos otros amigos, por la voracidad del covid-19.

La última vez que nos vimos fue de casualidad. Pasaba por un bar de la zona peatonal de la Capital y el vidrió resonó a modo de llamado. Era Mario, hermano de Olga Morales, y ella misma estaba sentada a una mesa con su familia.

Charlamos de esta pandemia interminable, la hice reír hasta dolernos la cara a todos los que estábamos allí y quedamos en juntarnos en su casa cuando todo pasara, porque ella era aficionada a honrar la amistad con presencia.

Si hubiera sabido que era la última vez que la iba a ver, le habría llenado la cara de besos, la hubiese abrazado con fuerza y le hubiera agradecido todo lo que hizo por mi, todo lo que representó en los momentos más difíciles de mi vida.

Pero el destino es arbitrario y, muchas veces, no permite que las despedidas se concreten. Sólo me dejó ese momento final que al escribir estas líneas me despierta sonrisas entremezcladas de melancolía y felicidad.

La primera vez que la vi, ella era asesora del Ministerio de Educación. Muchos la tildaban de atepista y pensaban que iba a dividir cuando su nombre comenzó a sonar para ocupar esa estructura durante el Gobierno de Julio Miranda.

Pero no fue así. Olga se animó a agarrar esa brasa caliente que implicaba una educación convulsionada por el fracaso de la Ley Federal de Educación y la polémica implementación del tercer ciclo de la Educación General Básica (EGB3).

Sus predecesores, Héctor Carrizo y Julio Saguir, habían sido devorados y desgastados por el conflicto. Ella, como una abuela o una tía buena, entró a sus funciones tratando de poner paños fríos y de dialogar con todos los sectores.

Todos los pergaminos que tenían los otros de sobra, le faltaban a Olga, quien era atacada y denostada por ser una “maestra de actividades prácticas”, sin embargo, esa docente tenía más instinto para conducir las riendas educativas.

Trabajé con ella un año y medio y aprendí lo que es la cintura política. Llegaban a su despacho dirigentes y personas queriendo patear las puertas y terminaban a los besos y los abrazos con la ministra que los recibía personalmente.

Algunas tardes noches me llegaba por su despacho con el conocimiento de que seguía trabajando. Me hacía pasar y la observaba con los pies hinchados sobre una silla. Ella decía: que pase Manuelito porque él es de confianza.

La acompañé en recorridas de escuelas a los lugares más recónditos. La recibían con alegría y ella se mostraba ecuánime y consejera. Por eso la querían todos en el sistema educativo y el que la criticaba sería porque no la conocía bien.

Ella sabía estar al lado de los amigos en los momentos difíciles. Nadie me lo contó. Cuando estuve en terapia intensiva entre la vida y la muerte, se las arregló para verme unos segundos en un pasillo aprovechando un estudio que me hacían.

Se acercó a la camilla y me dijo, mientras los enfermeros no se detenían para nada: “todo va a salir bien Manuelito, estamos rezando por vos”. De ese mismo modo recé cuando me enteré que estaba grave con covid-19.

Hasta pronto Olguita. Pensé que eras fuerte, pero la vida te había quitado a dos hermanos en este último mes. No aguantaste. Esas pérdidas agrietaron tu alma. Quizás ahora te estés abrazando con tus seres queridos en el Cielo.

Ese Cielo que te tiene reservadas aulas luminosas en donde el Maestro de la Humanidad dicta su cátedra de amor eterno.

*Profesor de Letras e Historia, periodista y escritor

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