Stella Bernasconi en una presentación en Sala Lazarte.
Letras de Fuego / Comentario / Por Manuel Ernesto Rivas*. Stella Bernasconi despliega toda su maestría poética en “Ocasos con Vivaldi”, en donde la poesía se hermana con la música. Los “Relatos en el atardecer” también se destacan desde la lejanía del recuerdo.

Hermanar la poesía y la música

De esta breve obra poética que es “Ocasos en Vivaldi”, de Stella Bernasconi, aquellos que tienen memoria de “Las cuatro estaciones” –y los que no, puede ser una excelente oportunidad- podrán hacer sus propias asociaciones.

La introducción hace ese paralelismo. Se habla de “los peldaños vividos”, el juego “con la melancolía de las lámparas”, el “palpitar con la música de Vivaldi, de Bach, de Chopin…”. Ese es el juego de tonalidades, de luminosidades propias del crepúsculo, que propone.

Esas luminiscencias del atardecer se entrelazan con la majestuosidad de una música que vence al tiempo y al espacio. Luego viene el desgranar de cada una de las estaciones, sensaciones que bien puede compartir el lector, con imágenes de altísima belleza.

Ese cincelar de palabras y música que se parece a un “concierto que reinventa cada estación”, es el ámbito en el que Stella Bernasconi se siente libre, como pez en el agua transparente, como pájaro en un cielo diáfano.

Los poemas y las estaciones

Los poemas “Primaveral”, “Estival”, “Otoñal” e “Invernal”, van replicando poéticamente los ecos de esa eternizada obra musical de Vivaldi. La fuerza de la primavera en la primera de ellas se traduce en “violencia del brote” y “abeja inmortal”, como imágenes dominantes.

Lo relativo al verano toma forma desde los juegos de la infancia. Dice la voz poética: “Vía Láctea del recuerdo desgrana en abanico / los juegos y las risas…” En otro verso la infancia es como un fruto, en la comparación de un sabor lejano que se quiere retener por siempre.

En “Otoñal” la poesía toma fuerza inusitada en la caída de las hojas y pese al amor de la autora por esa estación, subyace la falta de perdón por lo que considera “el martirio de las hojas”. Los recursos de los que se vale están asociados para crear belleza.

La personificación del árbol es sublime: “Anonadado el árbol, contempla dolorido / la alfombra de oro, enrojecida de crepúsculos / abrazada a mis pies…” El viento es otro personaje que aporta a esa “noche incierta del olvido”.

El invierno es implacable, también en lo poético, con la relación indirecta con la muerte en la imagen de dos pájaros. Un logrado clima que, a todas luces, coincide con las melodías de la estación en el oído universal de Vivaldi.

“El frío, protagonista de la noche, / cristaliza los gestos y los sueños / y, severo, sanciona lo indecible…” sostiene con fuerza Stella Bernasconi, quizás imbuida, extasiada por aquellos acordes que tañen su alma sensible, la parte trascendente de su todo.

Una narradora poética

Ese poema representa un punto de inflexión en el que el sorprendido lector se halla ante un título: “Relatos en el atardecer”, al que siguen dos cuentos: “Lara e Igor en el crepúsculo” y “Hoy me he visto pasar”, dos hallazgos del recuerdo que la maestría convierte en letras.

Stella Bernasconi, o “Rayito”, como la conoce todo el mundo, no se quita los ropajes poéticos para narrar. He aquí lo magnífico de estas dos narraciones que comentan hechos sucedidos, tal como lo reconoce la autora en un diálogo telefónico.

En “Lara e Igor en el crepúsculo” relata que el doctor Jorge W. Ábalos trajo a su casa dos cachorros de puma que habían quedado huérfanos por el accionar de un cazador. Tres años estuvieron esos felinos hasta que el instinto obligó su regreso al hábitat natural.

Las descripciones de la perfección de los pumas, de sus actitudes, de la imaginación de su hermano convertido en su mente en una especie de Sandokán que, al final, sin la compañía de Lara e Igor se difumina como la espada de juegos desechada.

En tanto que en “Hoy me he visto pasar” narra su propio accidente de tránsito, al volante de su auto, pero de un modo en que la poesía lo invade todo. La maestría poética se pone al servicio de un hecho urbano más apetecible a las crónicas noticiosas.

“La vida escapa en serpentina de coral sobre el esmalte azul, sorteando vidrios trizados y miradas extrañas”, dice una de las oraciones que pueden ejemplificar lo anteriormente señalado.

En síntesis, un rayo poético que enciende el cielo crepuscular en un incendio de eternidad.

*Fundador y director de Diario Cuarto Poder y Letras de Fuego Ediciones. Profesor en Letras e Historia, periodista y escritor.

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