alperovich

“Era un desaforado, nadie lo podía frenar”, reconoce alguien de su entorno que lo conoce. José Alperovich afrontará en febrero próximo un juicio oral, acusado de violar a su sobrina.

La joven denunció un “modus operandi” de abuso por parte de su tío, que detentaba el máximo poder en Tucumán.

Una anécdota puede sintetizar la idea sobre las graves acusaciones sobre Alperovich: «Hace unos años, en la casa de su ex secretario privado, hizo una reunión para agasajar a todas las periodistas mujeres, las únicas invitadas. Una no quiso ir porque sabía cómo era. La llamaron hasta la madrugada para intentar convencerla. Le mandaban mensajes».

Las historias se repiten de boca en boca: «Una amiga hizo la facultad con una de las hijas de él y siempre contó lo mismo. Ir a estudiar a su casa era incómodo, cada vez que las veía llegar las acosaba, era desagradable. Después de ir un par de veces no volvieron más», cuenta un tucumano.

Otro que ocupa un cierto lugar de privilegio y conoce el funcionamiento del poder local aporta lo suyo: «Si estaba en una reunión de Gabinete y entraba la secretaria le pasaba la mano por la pierna y los que estaban ahí se reían».

Supo ser el hombre más fuerte de Tucumán. Tan respetado como temido, José Alperovich gobernó la provincia como si fuera de su propiedad y, luego de tres mandatos consecutivos, continuó su liderazgo desde el Senado de la Nación. No había nada que se le escapara. Con el respaldo nacional, que le permitió ejercer el mando a su antojo, transformó a la provincia en una especie de Macondo: en cada institución, en cada municipio y en cada organismo influyente, se las ingenió para ubicar a una persona de su extrema confianza.

En casi veinte años, se convirtió en el verdadero amo de su tierra. Pero el poder nunca es infinito y el señor feudal cayó en desgracia. La derrota en las últimas elecciones lo había dejado en el piso, pero el golpe final vino desde donde menos lo imaginaba: su propia familia. La denuncia por abuso sexual en su contra que presentó en la Justicia una de sus sobrinas, lo derrumbó.

En su demanda, la joven de 29 años no solo señaló a Alperovich como un violador. En una carta que difundió a los medios, aseguró que los abusos habrían ocurrido durante más de un año y que más de uno lo sabía: “No podía salir sola del encierro porque sabía que tras la primera puerta había caseros, y policías y custodios armados. Todos sabiendo lo que estaba pasando adentro y cuidando las fronteras de él”, escribió.

Noticias consultó a 10 personas que conocen los entretelones del poder tucumano y al propio ex gobernador. Todos coinciden en que el relato es, de entrada, verosímil. Ninguno dice haberse sorprendido al conocer el caso.

En Tucumán, y también en los lugares que frecuentaba Alperovich en Buenos Aires, su trato hacia las mujeres era tema de conversación. Cada vez que aparecía una chica en una reunión de Gabinete, en un evento social o en recorridas territoriales, Alperovich siempre daba la nota: que si era linda, que si la pollera le quedaba bien, que si el escote resaltaba. El tono, siempre, como si fuera un chiste. Y, alrededor, un séquito de aplaudidores lo festejaba.

Quienes lo conocen, cuentan que Alperovich dispuso de todo como si fuera propio: desde las cajas públicas o los cargos estatales hasta las mujeres. En la provincia, las avanzadas y los comentarios fuera de lugar de Alperovich son vox pópuli. Las historias de infidelidades se mezclan con los tejes políticos y el temor a hablar es una constante. “¿Quién garantiza que se investigue algo si tiene personas que trabajan para él en los tres poderes? Acá no habla nadie”, confiesa un periodista tucumano que prefiere reservar su identidad.

De hecho, hasta ahora, ninguna denuncia lo había golpeado. Las sospechas por corrupción tienen larga data y acumulan expedientes en la Justicia, donde jamás se presentó a declarar. También salió ileso -al menos por ahora- en la investigación por la muerte de Paulina Lebbos, la joven que murió en una fiesta organizada por “los hijos del poder” y que salpicó a Daniel, uno de sus hijos (ver recuadro). Sus detractores más fuertes dicen que no sólo gozó de impunidad y protección durante el kirchnerismo sino también en los años de Cambiemos. En el Senado duermen cuatro pedidos de desafuero en su contra que jamás avanzaron.

El caso de su sobrina se difundió mientras el ex gobernador vacacionaba en Miami, desde donde ensayó una primera respuesta. En sus redes sociales desmintió la acusación y reveló el nombre de la joven, que se mantenía en reserva. En un intento por mostrarse fuerte, afirmó que no iba a dejar su cargo en el Senado y que, a pesar de todo, planeaba asistir a la asunción de Alberto Fernández. Días después terminó por oficializar un pedido de licencia por seis meses y, en el peronismo, ya le empezaron a soltar la mano.

El viernes 22 de noviembre de 2019 el caso tomó estado público a través de una carta abierta escrita por la joven denunciante. “Durante un año y medio, mi tío violentó mi integridad física, psicológica y sexual”, aseguró. Los hechos habrían sucedido entre diciembre del 2017 y mayo de este año. El vínculo que unía a la denunciante y a Alperovich era personal (el padre de la mujer es primo hermano del ex gobernador) y laboral (ella trabajó bajo su mando desde diciembre del 2017 hasta mayo de este año). La denuncia no fue solamente pública sino que ese mismo viernes fue presentada en la Justicia de Tucumán y en la de Capital Federal, los dos lugares donde habrían sucedido los hechos.

“No queríamos que saliera a la luz y que el lunes todo el mundo se hubiera olvidado”, explicó entonces a Noticias la vocera de la denunciante, Milagro Marione. La presentación judicial de la mujer no fue un arrebato ni estuvo improvisada. Se pensó durante meses el cómo y el cuándo. El relato es crudo: “No quería que me besara. Lo hacía igual. No quería que me manoseara. Lo hacía igual. No quería que me penetrara. Lo hacía igual. Inmovilizada y paralizada, mirando las habitaciones, esperando que todo termine, que el tiempo corra”.

Marione contó que la joven tardó en poder renunciar a su trabajo y que, cuando finalmente tomó el coraje, su cuerpo ya le estaba pasando facturas: “Había bajado más de 10 kilos, había perdido las uñas, el pelo. Estaba muy estresada”. Y, lo primero que hizo fue buscar ayuda. Habló con su familia íntima y comenzó a asistir a grupos de mujeres víctimas de violencia. “Quería escucharlas pero iba sin decir nada. Sabía que si decía el nombre, exponía a otras personas”, agregó la vocera.

El impacto que generó la denuncia podría entenderse por el movimiento de mujeres en Argentina y por cómo cambió el tratamiento a estas denuncias luego del caso de Thelma Fardin. Sin embargo, no es suficiente. Que la historia haya resultado tan verosímil, incluso para personas que conocen a Alperovich, tiene que ver con su fama. Uno de los ejemplos más claros se vio en la entrevista televisiva que le hicieron los periodistas Indalecio Sánchez y Carolina Servetto años atrás. El senador no tuvo reparo en hacerle chistes desubicados a la mujer. Todo quedó registrado. Según pudo saber Noticias, la incomodidad ya había empezado fuera de cámara, ni bien Alperovich llegó al estudio y la empezó a “avanzar”.

En la prensa tucumana todos cuentan que esto es así. De hecho, entre colegas siempre se advertían evitar entrevistas a solas con el ex gobernador. “Es un desaforado, nadie lo puede frenar”, reconoce alguien que lo conoce. Una anécdota puede sintetizar esta idea: “Hace un tiempo, en la casa de su ex secretario privado, hizo una reunión para agasajar a todas las periodistas mujeres, las únicas invitadas. Una no quiso ir porque conocía cómo era. La llamaron hasta la madrugada para intentar convencerla. Le mandaban mensajes”.

Las historias se repiten de boca en boca: “Una amiga hizo la facultad con una de las hijas de él y siempre contó lo mismo. Ir a estudiar a su casa era incómodo, cada vez que las veía llegar las acosaba, era desagradable. Después de ir un par de veces, no volvieron más”, cuenta un tucumano. Otro, que ocupa un cierto lugar de privilegio y conoce el funcionamiento del poder local, aporta lo suyo: “Si estaba en una reunión de Gabinete y entraba la secretaria, le pasaba la mano por la pierna. Los que estaban ahí se reían”.

La impunidad con las mujeres, dicen sus detractores, es la misma con la que gobernó. Hombre que sabe jugar a las traiciones de la política, empezó su carrera en el radicalismo, saltó al peronismo, traicionó a su antecesor en la Gobernación, Julio Miranda, y empezó a construir su propio poder en 2003. Hoy las cosas se le volvieron en contra: quien fuera su vicegobernador, Juan Manzur, cortó con él y lo derrotó.

Alberto Lebbos, el padre de la joven asesinada en 2006, vivió en carne propia el rigor de la impunidad: “Una vez fui a la Legislatura y me dijeron ‘callate hijo de puta, te vamos a matar’ en plena sesión. En estos años recibí amenazas telefónicas y en la calle”, contó.

fuente: noticias

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