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Por Fabián Seidán para Diario Cuarto Poder | El secuestro de Maia Beloso, la niña de 7 años, a manos de un cartonero y que por suerte tuvo un “final feliz”, puso en el tapete de nuevo la situación de vulnerabilidad de millones de niños argentinos que viven en la total indigencia y cuyo futuro es –ciertamente- incierto. La situación es harta conocida, y lo peor es que no hay un horizonte de cambios en el corto plazo.

Secuestro y “acompañamiento”

Maia Beloso, la menor de siete años secuestrada por un cartonero y encontrada luego de tres días en Luján, sana y salva, continúa bajo estudios de protocolo en el hospital Garrahan. Se encuentra “bien de ánimo”, contenida por psicólogos y acompañada de su familia.

En paralelo, el Consejo de los Derechos de Niñas, Niños y Adolescentes del Gobierno porteño evalúa a su entorno para un eventual regreso con su familia. Pero hay dudas por el cuadro de alta vulnerabilidad marcado por la situación de calle y la adicción a drogas de miembros de su entorno.

Desde el gobierno de Horacio Rodríguez Larreta intentan darle a la niña una “mejor calidad de vida”, pero lo cierto es que en Buenos Aires -como en todo el país- hay cientos de miles de “Maia” invisibles que piden ayuda a gritos, porque sus casos no fueron mediatizados por la prensa, la política o la policía.

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Barbarita Flores, la niña tucumana que lloró ante las cámaras de la TV en 2002 porque tenía hambre.

Todo recuerda a Barbarita

“Barbarita” Flores, fue aquella niña tucumana de 8 años que lloró su hambre frente a las cámaras de la televisión nacional en abril de 2002; fue la cara visible entonces de la pobreza generalizada de millones de niños en todo el país, tras la crisis de 2001. Tucumán no pudo ocultarla. En esos primeros años del milenio, 21 niños murieron por desnutrición (entre octubre del 2002 y febrero del 2003). Como ocurre ahora con Maia, la reacción de la política y de la gente fue instantánea y la ayuda, de golpe, comenzó a aparecer y multiplicarse para la pobre Barbarita.

“A mi ese reportaje que me hizo (Jorge) Lanata me sirvió de ayuda para muchas cosas. Mi papá consiguió trabajo, yo pude recuperarme y salir adelante de esa dura situación, Pudimos terminar la casa”, reconoció la joven, en una entrevista muchos a un medio local años después.

La realidad de millones de niños

Pero volvamos a Maia: vive a la vera de la autopista Dellepiane, a metros de la avenida Escalada en la villa Cildañez, en una casilla hecha de lonas y palos que sólo le sirve para dormir. Descansa sobre un colchón de gomaespuma, recuperado de un baldío fruto del cirujeo. Maia nació y se crió en esa precariedad en el sur degradado de la Ciudad de Buenos Aires, donde los políticos no llegan o nunca van. Porque terminar con la pobreza no está en su “agenda”, para ellos es sólo un slogan.

La desidia política sobre la pobreza es tan contundente como las estadísticas del INDEC: hoy más del 60 por ciento de los niños del país es pobre. No es que sea culpa de un gobierno, sino de todos,  de cada uno de los que se sucedieron a lo largo de la historia.

Así, cuando llegó Mauricio Macri a la presidencia y anunció con bombos y platillos que venía a acabar con la pobreza, terminó el 2019 con un 52 por ciento de pobres, un 16 por ciento más de los que encontró cuando asumió el cargo. Como si fuera poco, la pobreza infantil siguió ascendido tras su gobierno, para llegar al primer semestre de 2020 al 56,3%, y hoy, con la pandemia del Coronavirus a cuesta y otro color político, la situación alcanza los 63 puntos.

el caso de maia

Tres décadas perdidas

José Florito, coordinador del Programa de Protección Social del Centro de Implementación de Políticas Públicas para la Equidad y el Crecimiento, asegura que si bien en las últimas tres décadas la tasa de pobreza nunca fue menor del 25% de la población, comenzó a vislumbrarse un fenómeno que definió como la “infantilización de la pobreza” y que se caracteriza por la incidencia desproporcionada del flagelo en el grupo etario que va de 0 a 14 años.  La vulnerabilidad es la moneda corriente: hoy 6 de 10 niños, viven en situación de pobreza.

Según el Observatorio del Derecho Social de la Universidad Católica Argentina (UCA), en apenas una década (2011-2021), 1,9 millones de niños se sumaron a los 5 millones que se encontraban en la pobreza en el año 2011.

Dádivas, sólo dádivas

El mismo informe da cuenta de que las políticas públicas consistentes en transferencias no contributivas como la Asignación Universal por Hijo y las asignaciones familiares pasaron de alcanzar a un 37,7% del total de niños de 0 a 17 años hasta un 45,8%. Pero esa ayuda estatal no alcanza para sacarlos de la pobreza e indigencia si se tiene en cuenta que un aporte de 6.000 pesos apenas es la cuarta parte del monto estimado de la línea de Indigente (24.000 pesos mensuales), o de Pobre (52.000 pesos).

Tanto el IFE, como la AUH o la Tarjeta Alimentaria ni por asomo pueden sacar a la gente de la pobreza. A lo sumo ayuda, pero no alcanza, porque son sectores que dedican la mayoría de sus ingresos a la compra de alimentos y ahí surge la inflación, se “come” lo poco que reciben.

Recortes en el Presupuesto

Durante la década que va desde 2011 a 2021, el presupuesto de los programas dependientes del Ministerio de Desarrollo Social orientados hacia la niñez sufrió un recorte en términos reales de más de un cuarto del total. Mientras que aumentaron los montos y partidas para atender otros tipos de programas, más de moda, como ser el de “perspectiva de género”, cuyo monto cuadruplica el gasto en Defensa y Seguridad, y alcanza 1,3 billones de pesos. ¿Y para los niños?

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Muchos niños esperan ser visibilizados como Maia, para poder recibir una ayuda. Una verdadera ayuda. No dádivas.

No hay vocación de ningún gobierno por transformar la vida de los sectores más pobres ni ministerios a la altura de encarar cambios a la escala que se necesita. No hay un acuerdo de políticas de Estado de largo plazo que ponga la mirada en el futuro del país: en los niños.

El caso de Maia (o el de Barbarita, en su momento) es como el Telekino o el Quini6: uno que se salva y millones que siguen apostando, esperando a que les llegue su turno.

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