Después de tres décadas de trabajar a destajo para llevar el pan a su casa, Luis Hernán Núñez Donoso fue tocado por la varita mágica, se ganó el loto y cobró un premio que representaba más de lo que podría cobrar en toda su vida como colectivero. Pero invirtió mal, dio dinero a todo aquel que se lo pedía, fue estafado por un familiar y perdió la administración de sus bienes, un cóctel nefasto que lo dejó en la calle y lo obligó a vivir en un colectivo.

Nació en Santiago

Don Nano, como se lo conoce a Núñez Donoso, nació el 8 de diciembre de 1941, en Quelentaro, una localidad rural de la comuna chilena San Pedro de Melipilla, a 70 kilómetros de Santiago . Su padre: Abdón Núñez Lizana, tenía una quinta de recreo (una suerte de cabaret de campo) y años más tarde trabajó en los camiones. Su madre: Aurelia Donoso Moris, lo abandonó a los 15 años.

No terminó la primaria

Don Nano cursó hasta tercero básico en la escuela (hasta los 8 años). Luego repitió tres veces el mismo nivel; según él, para aprender más. Luego, dejó el colegio, y a los 12 años se fue a trabajar en la construcción de la central hidroeléctrica Rapel.

Como peón

Cuando cumplió 15 años, su padre lo llevó a trabajar como peón a un fundo que se llamaba San Esteban. Ayudó en la administración del predio y se desempeñó como asistente en el matadero que derivó en carnicería. A los 18 años, arrancó en el rubro de transportes, primero con camiones y luego con colectivos (conocidos como “micros”).

A cortar boletos

Empezó cortando boletos en 1968, pero pronto pasó a ser chofer, tarea que mantuvo durante 30 años. Trabajaba a destajo y, para no perder el turno siguiente, muchas veces hasta le tocaba dormir en el ómnibus, sin sábados ni domingos libres. En el medio, Don Nano se casó con Elisa Carmen Donoso Galleguillos, con la que tuvo tres hijos.

En medio de su rutina hogareña y laboral, cada semana se jugaba un “tiro a la Luna”: apostaba al loto. Siempre sin suerte. Hasta que un domingo hizo una combinación que le cambiaría la vida: jugó los números de su nacimiento, el de cumpleaños de sus tres hijas y una nieta. Como solía hacer, después de jugar la boleta, se fue a jugar al fútbol y se olvidó del asunto.

La gran noticia

A la tardecita de ese 23 de agosto de 1998, apenas terminado su partido de fútbol, le avisaron que se había ganado el loto. En medio de la euforia de sus compañeros, que querían que fuera cuanto antes a cobrar el premio, lo primero que dijo Don Nano fue: “Tranquilos, mañana trabajo y el martes lo voy a cobrar”.

Ese martes llegó a la Polla Gol y le entregaron el cheque. Don Nano embolsó 400 millones de pesos chilenos, casi US$1 millón para esa época. Se compró siete casas, una para cada hijo, una para él y tres para primos y hermanos, una camioneta, un auto de lujo y una funeraria, negocio que le pareció rentable. Además, donó una ambulancia a su barrio y entregó un millón de pesos chilenos al Instituto de la ceguera.

Millonario

Después de haber trabajado duro toda su vida, Don Nano de pronto era millonario y, si administraba bien, podía vivir sin sobresaltos y sin esfuerzos hasta el fin de sus días. Estaba en su mejor momento. Tocando el Cielo con las manos. Pero… siempre hay un “pincelazo”, que lo arruina todo.

Al correrse la noticia de su acierto, le empezaron a aparecer parientes y pedigüeños de todas partes y él a todos les dio dinero. Eso menguó en gran medida su capital, pero lo peor de todo fue que además le entregó 120 millones a un cuñado para que se los invirtiera y éste lo estafó.

Una amante

Como si eso fuera poco, según contó una de sus hijas, Don Nano inició una relación con una amante, que también lo estafó. Su mujer, al enterarse, lo echó de la casa y le quitó la administración de todos sus bienes e inversiones.

En la calle

Así fue cómo, luego de haber sido tocado por la Diosa Fortuna, quedó literalmente en la calle: hoy duerme en un ómnibus, tiene que pedir prestado el lugar para estacionarlo y come gracias a que algunos amigos le alcanzan algo de comida cada día.

 

fuente. lanacion

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