Allí sobrevivió Manuelita durante 34 años.

Sus dueños creyeron haberla extraviado en una mudanza. Se mantuvo en el altillo comiendo termitas y bebiendo gotas de agua condensadas.

Era 1982 cuando Manuela, una tortuga de patas rojas, desapareció de la casa donde vivía con la familia Almeida, sus dueños. Todo sucedía en el barrio de Realengo, un suburbio de Río de Janeiro.

Sintieron mucho dolor por la pérdida de su mascota. Los Almeida creyeron que durante unos arreglos que se hicieron en la casa Manuela se escapó a un bosque ubicado frente a la vivienda. La fueron a buscar y no la encontraron. La esperaron por días y no volvió.

Los Almeida le echaron la culpa a los albañiles que hacían las refacciones. Varias veces les habían advertido no dejar la puerta de calle porqueManuela lo iba a aprovechar para ir a dar una vuelta. Que para ellos, y durante años, no tuvo retorno.

Don Leonel Almeida, el padre de la familia, se fue quedando sólo. Con el correr de los años murió su esposa y los hijos fueron creciendo y marchando de la casa.

Un mes atrás, murió don Leonel. Y a 34 años de distancia, la sorpresa. Sus hijos, con Leandro a la cabeza,  volvieron a la casa paterna para ordenarla y ponerla en venta. Su padre había llenado el altillo de cosas inútiles. Muebles viejos, un par de televisores descompuestos, mucho polvo. Y casi un centenar de cajas de cartón. Algunas vacías y otras llenas de trastes.

Ydentro de una de ellas, que se encontraba rota, estaba Manuela. El propio Leandro cuenta lo que sintió: “Quedé pálido. No podía creerlo. Yo crecí jugando con Manuela. La emoción al verla viva fue inmensa. Según nos dijeron los veterinarios que la atendieron, se mantuvo con vida comiendo termitas y bebiendo las gotas de agua que se condensaban“.

Parte de la familia Almeida con Manuela.

Las termitas vivían por miles en el altillo, y durante estos años fueron devastando todo lo que se guardaba allí, un lugar al que la familia nunca subía. Nunca supieron que su mascota estaba allí, esperando que algunos de ellos las rescatara.

El caso suscitó tanto interés en Brasil que la cadena Globo realizó una nota en televisión y hasta convocaron a Anthony Pilny, un veterinario cirujano especializado en pájaros y reptiles, que trabaja en el Center for Avian and Exotic Medicine de Nueva York y es consultor de la revista National Geographic.

Manuela parece sonreír. Volvió a tener compañía.

El veterinario explicó que las tortugas tienen reservas de grasa a las que acuden cuando pasan hambre, y que se recuperan cuando vuelve a alimentarse. Y en el caso de la especie de Manuela, llamada de patas rojas, se trata de una tortuga selvática que tienen la peculiaridad de poder bajar su temperatura corpórea y modificar sus procesos fisiológicos, lo que les permite entrar en una especie de stand by.

El tipo de tortuga a la que pertenece Manuela vive en los bosques de América Central y comen de todo: fruta, flores, insectos muertos y hasta madera.

Si algo distingue a este tipo de tortugas es que no tienen miedo al hombre, son cariñosas, tanto con los seres humanos, como con otros animales. Y por eso los Almeida la compraron en 1975: para que fuera una compañía para sus hijos.

Manuela volvió a caminar sobre el pasto. Comienza una nueva vida.

Manuela es una sobreviviente. Durante 34 años vivió en soledad. Comiendo lo que podía. Escuchando las risas, peleas, alegrías y tristezas de sus dueños. Allí abajo, a pocos metros. Sin poder avisar que los estaba esperando. Sin rendirse. Ni siquiera cuando Leonel marchó y la casa quedó en silencio.

Manuela nunca se entregó. Un ejemplo. Ahora volverá a estar en compañía y lo merece largamente. Ya aprendió todo de la soledad. Incluso a hacerle una burla a la muerte. Poco rival ante una tortuga aferrada a la vida… 

Fuente

Comments

Comentarios