“Mi marido me alertó en una carta que lo iban a matar en la cárcel y un día después lo asesinaron”, contó la esposa del reo asesinado de manera sospechosa en el penal de Villa Urquiza.

El martes 21, Ana Silva desayunó rápido en su casa humilde del barrio Blas Parera, en San Miguel de Tucumán. Llevó a su hija Nicole a la escuela primaria y poco después de las 8:30 de la mañana se dirigió al anexo del penal de Villa Urquiza para visitar a su marido y al padre de la niña, Sebastián.

Ambos acordaron pedir una visita íntima. Pero el clima no estaba para pasar en privacidad un momento de placer. La soledad le había permitido al hombre mostrarle a su pareja la enorme cantidad de hematomas en su bajo vientre y en sus piernas y sirvió para que le entregara una carta dirigida a autoridades judiciales de la provincia. “En cualquier momento me van a matar”, rezaba el escrito. Pedía a gritos un traslado de inmediato.

Poco más de 24 horas después de ese encuentro, Sebastián Medina, de 31 años, era asesinado a puñaladas por la espalda en el patio de esa cárcel. En el medio de la historia hubo una denuncia judicial contra guardiacárceles, semanas de torturas psicológicas y amedrentamiento y un último llamado de auxilio que no fue suficiente para salvar su vida.

“A mi marido me lo mataron por hartarse del sistema corrupto que existe en las cárceles argentinas. Se cansó de las cosas que pasan ahí dentro. Quiso que se haga justicia aun cuando estaba a días de obtener la libertad. Y me lo mataron. No hay derecho”, le comentó en medio de un llanto ahogado Ana Silva a Infobae.

La historia esconde el intento de un hombre por tratar de desenmascarar el peligro y la violencia de las fuerzas de seguridad en una cárcel tucumana y un grito de justicia silenciado.

Cuatro años atrás, Sebastián Medina se encontraba ya detenido en el penal de Villa Urquiza. Cumplía una pena de cinco años por robo agravado. Según su familia, no había participado de ese delito pese a que sí tenía antecedentes. El drama y la presión del día a día en la cárcel lo llevaron a convertirse en un dependiente de estupefacientes. Por eso, buscó en el “mercado interno” de la prisión los mecanismos para conseguir, de acuerdo a su mujer, pastillas para dormir.

“Una vez que lo logró, empezó toda la pesadilla de años”, relató su esposa. “Los propios guardias le dijeron que para consumir esas drogas, tenía que vender dentro de la cárcel. Y no tuvo otra oportunidad que empezar a hacerlo”, añadió.

Con el pasar de los años, Medina debió convivir con el peligro y las amenazas constantes. “Se dio cuenta de que tenía que salir de ese círculo. Al penal llegaron presos muy pesados y también tenía el problema de los adictos. A aquellos más conflictivos se les cortaba el régimen de visitas. Entonces, por la noche le robaban las drogas y él tenía que pagarlas de su bolsillo para que no le pasara nada. En esas ventas había desde presos hasta guardias”.

Ya a inicios del 2017, Medina se mostró decidido a sacar a la luz toda la trama de tráfico de drogas dentro del penal. Estaba dispuesto a dar los nombres de los guardiacárceles y de las autoridades involucradas en el hecho.

Así, el 23 de agosto Medina radicó una denuncia formal ante el fiscal Federal Pablo Camuña, en el que brindó todos los detalles sobre el mecanismo de la venta de drogas dentro del penal. “Denunció también las amenazas de los miembros de seguridad a los presos que no querían vender drogas para ellos”, dijo su viuda.

“Yo estoy con él desde hace 14 años, y hace 11 nació nuestra hija. De manera religiosa lo visité todos los miércoles y domingos de estos cuatro años y pude ver cómo su actitud empezó a cambiar después de realizar la denuncia. Pese a que yo lo había alentado para hacerlo”, analizó.

A lo largo de todo el mes de septiembre, Medina cambió su estado de ánimo. Lo que en un momento era esperanza por la justicia, se había transformado en pánico y en dolor. “Me decía que lo golpeaban todos los días. Cuando no eran los otros presos, eran los guardias. Decía que si no lo sacábamos de ahí, lo iban a matar. Además su cara era terrible. Ya no podía dormir ni una noche, no salía al patio, no podía seguir ahí. Era como un zombie”.

La mujer, junto a la abogada Silvia Furque presentaron el reclamo ante el juez de Ejecución y Sentencias del Centro Judicial Capital, Roberto Guyot.
El magistrado interpretó la situación y de manera rápida logró que Medina fuera trasladado a la Comisaría 7°. “Ya había cumplido cuatro de los cinco años de pena. Siempre tuvo buen comportamiento y estaba a semanas de poder verse beneficiado con las salidas transitorias. Era importante poder sacarlo del penal a tiempo”, explicó la letrada Furque a Infobae.

Una vez realizado el cambio, Ana encontró motivos para sonreír: “Ya se lo veía más tranquilo. Me decía que si seguía ahí iba a estar todo bien y que ya no temía por su vida. Era otra persona”, detalló Ana.

La situación parecía encaminarse. Pero llegó el fin de semana largo del 19 de noviembre. “El domingo fui a visitarlo a la comisaría, al mediodía. Cuando llegué, un guardiacárcel me rompió delante de la cara las cosas que le había traído. Tiró al suelo unas facturas, rompió papeles y me miró con cara desafiante. Cuando hablé con mi marido me dijo: ‘están tratando de provocarme. Quieren que reaccione y no lo voy a hacer'”.

El encuentro duró apenas unos minutos, se iban a reencontrar a las 19:30. Medina le pidió a su mujer que le comprara algo para los dolores de estómago y que se lo trajera después.

“Volví a eso de las siete. Y cuando llego, me dijeron que Sebastián ya no estaba. Que hubo un problema en su calabozo y que fue trasladado al anexo del penal de Villa Urquiza nuevamente. Se me vino el mundo abajo. Me agarró terror porque yo sabía hacia dónde iba”, describió Ana en el medio de la angustia.

Ese episodio disparó una serie de irregularidades sobre la autorización de la salida de Medina.

“Desde la comisaría dijeron que una secretaria del juez Guyot autorizó por teléfono el traslado de Medina. Esa misma persona negó tal versión, por supuesto. Dijeron también que el problema en el calabozo se había generado por un teléfono celular. Luego, la investigación demostró que ese teléfono pertenecía a un tal Braian Acevedo y que todos los que estaban allí por cuestiones de seguridad, como Medina, no tenían nada que ver con el hecho. Desde mi punto de vista, se lo llevaron de forma ilegal”, afirmó Furque a Infobae.

Ya a partir del lunes 20, feriado, Ana y la abogada comenzaron un maratón para contactar con el juez de Ejecuciones Guyot. Se necesitaba de inmediato que Medina abandonara el penal de Villa Urquiza. Su vida estaba en serio peligro.

Fue así que la cronología devolvió la historia a ese martes 21 de noviembre. “Nos encontramos en una visita íntima (NdR: en el anexo del penal, las visitas eran los martes y sábados). No íbamos a hacer nada. Sebastián me llevó ahí para mostrarme cómo lo habían dejado. Tenía la zona de la vejiga y todas las piernas negras. Lo habían golpeado tanto que no podía ni hacer pis. También me dio una carta para que la presentara ante el juez como un hábeas corpus”, relató Ana.

En el escrito, Medina dedicó sus palabras al juez Guyot: “En ninguna unidad puedo vivir. En cualquier momento me van a matar acá. Me pega la policía y todos los presos están en mi contra. Mi alma no está tranquila y pido por favor que me trasladen”, rezaba en un extracto.

Mientras tanto, Furque intentaba por todos los medios que el juez de Ejecuciones la atendiera, pero tanto Guyot como su principal asesor se encontraban ese martes y miércoles en un curso de capacitación y no había nadie que pudiera hacerse cargo del reclamo.

El día siguiente, el miércoles, sería tan contundente como trágico. “Yo estuve toda la mañana en el juzgado de Ejecución intentando que me escucharan. Encima, ese edificio quedaba justo enfrente de la cárcel, sobre la calle México”, relató Ana.

“Al mediodía volví a mi casa para almorzar algo. Como estaba apurada, me compré algo para comerlo rápido. A eso de las tres de la tarde, me suena el celular. Era Sebastián, desde la cárcel. Me dijo que estaba a punto de entrar al baño y vio cómo un preso llamado Machilo le había pasado una punta a otro, “Pichi” Mendoza, y que los guardias lo estaban obligando a irse para el patio. Me pedía que hiciera algo porque lo iban a matar en cualquier momento”.

Ana ni siquiera probó el almuerzo y se fue de inmediato a la calle México, donde estaba de un lado de la vereda el penal y en el otro, el Juzgado. “No habrá pasado media hora. Cuando estaba ahí en la vereda, salió la esposa de un preso y dijo que la obligaron a salir antes. Todos los policías se habían ido al anexo porque había pasado algo. Y a los pocos minutos llegó una ambulancia. Yo rezaba y rezaba: ‘Que no fuera él'”, dijo Ana entre llantos.

La ambulancia se dirigió al Hospital Avellaneda. La joven no quería acercarse al hospital porque presentía el trágico desenlace. Así, le pidió a una amiga que lo hiciera. Fue esa misma persona la que le confirmó la peor noticia. “Yo le pedía que me dijera qué había pasado y ella me repetía ‘vení para acá’. Después de que insistí más, me dijo ‘lo mataron'”. Sebastián murió después de recibir más de seis puñaladas en su espalda.

Ana relató que las autoridades ni siquiera le dejaron ver el cuerpo en el propio centro de salud. La desolación era absoluta. “No puedo confiar en nadie. Mi marido intentó hacer las cosas bien, recuperarse, denunciar toda la mierda que pasa adentro de las cárceles y me lo mataron unos hijos de puta de esa manera”.

La causa por la muerte de Sebastián Medina quedó en manos de la fiscal Adriana Giannoni. Mientras Alejandro “Pichi” Mendoza fue indicado como el principal sospechoso de haber asesinado al hombre de 31 años, una gran parte de la investigación quedó enfocada en el procedimiento de traslado de Medina desde la Comisaría 7° al anexo del penal de Villa Urquiza.

“Hay que buscar a los responsables. Este caso evidenció los problemas de comunicación en la Justicia. Guyot es un juez muy respetado y nadie le informó a tiempo el pedido urgente de traslado de Medina una vez que volvió al penal. En la propia Justicia también hay que mejorar muchos aspectos. Esto no puede volver a suceder”, se lamentó Furque.

Y Ana Silva volvió a su casa para tratar de dar una nueva lucha en el nuevo abismo. Para tratar de encontrar la manera de explicarle a Nicole Abigaíl, de 11 años, que ya no podría visitar todos los domingos en la cárcel a su papá Sebastián.

Fuente: Infobae

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