El capítulo 4 de “Los perros asesinos II” ve la luz antes del final de año

Un regalo de año nuevo | El escritor tucumano Segundo Díaz hizo la entrega del capítulo 4 de su novela “Los perros asesinos II” y lo comparte con los lectores de Diario Cuarto Poder, como lo viene haciendo desde hace varias semanas en el formato de entregas.

LOS PERROS ASESINOS   II

Capítulo 4

​No sé en qué momento olvidaste que la casa era alquilada y, nuestro sueño de vivir como ​shushetas (1)​ de barrio norte, prestado. Fue por esa razón que cuando Zorcenón dijo que tenía para nosotros otra casa más residencial y espaciosa que esta no le creíste, yo sabía que aunque ofreciera el Taj Mahal no te convencería. No era para menos, en tres años habías aprendido a amar esta casa y ese sentimiento no se compensaba con nada. En todo ese tiempo la casona, antes deshabitada y fría, con nosotros adentro se pobló de voces felices…¿Verdad, Pety Badillo?

Ni falta hace que te recuerde que para entusiasmarnos Zorzenón ha tomado un atajo, y yendo  directo a la yugular de nuestra economía ha lanzado una oferta lapidaria: ha ofertado resarcir los gastos que nos ha demandado acondicionar el caserón. Para ello propone no cobrar por dos años el alquiler de la nueva casa arrendada. Sabes que esa es una oferta que nadie en sus cabales podría rechazar.

Por ese motivo me espías: desde trás de las mamparas vidriadas del patio de invierno creo ver tus ojos, y en ellos el amargo desconsuelo que te produce constatar el apretón de manos con el que acabo de sellar el acuerdo, Pety Badillo.  Nunca di por exagerados ninguno de tus reproches (siempre encontré en ellos algo de pristina coherencia), pero sí creo exagerado me creas un pequeño tirano a la hora de compararme con  tu tío Justiniano Perez (aquél gremialista que durante la dictadura un grupo de tareas hizo desaparecer por los fondos de una casa vecina), pues no dejas de repetirme que dentro de sus conductas también se hallaba la de nunca tomar decisiones sin consultar a Tía Keta.

Democrática costumbre que, según tú, yo todavía no he aprendido a poner en práctica. Pero en este caso las circunstancias otorgan a tu queja una particular mirada reñida con la realidad, yendo a los hechos trato de explicarte que la decisión fue unilateral e inconsulta porque sencillamente no había de donde elegir. Me cuesta creer que no puedas entender que Zorzenón ya tenía otros inquilinos para esta casona donde pasamos tan magníficos veranos e iridiscentes inviernos, incluyendo amables e impensados sucesos, como cuando nos tocó recibir y hospedar al novio virtual de Clo, el español, que al final resultó no tan español, sino un migrante ecuatoriano radicado en la tierra del Quijote y Sancho Panza.

La olla se destapó durante la cena de bienvenida que le organizamos en casa, cuando Marta (la mujer de un periodista amigo) esparció un comentario presuntuoso al oído de los otros comensales, advirtiendoles que Pablo parecía demasiado bajo y demasiado oscuro para ser gallego. Se me ocurrió que esa presunción tenía sus bemoles y podía resultar errónea ya que a Marta, neófita en historia y en cultura general, nunca se le ocurrió pensar que el individuo de marras podría ser un moro que invadió la península después de la batalla de ​Guadalete (2)​, y que se quedó allí 1400 años esperando a que, desde la redes, tu hija  conquistara su corazón, ¿verdad Pety Badillo? Sin

embargo al final fue el mismo Pablo quien, cercado por el comentario malévolo de Marta, zanjó la duda aportando un dato que aunque esclarecedor hacía menos romántico sus orígenes: segunda generación de migrantes ecuatorianos con ciudadanía española, con padres polizones, que llegaron a la península escondidos en la bodega de un vuelo comercial procedente de Quito con destino Madrid…

A medida que Pablo desgrana ante los invitados  sus rocambolescos orígenes te sientes consternada, y me echas una mirada de tristeza con el deseo que intervenga para acabar con el relato que pone en evidencia algo que ya conocíamos, pero que no tenía motivo para convertirse en chimento de los presentes. Recuerda que tuve la impronta de reaccionar rogándole que dejara de dar explicaciones, ya que como anfitriones nos bastaba con su pasaporte para dejar probado que era más gallego y más castizo que el propio rey Juan Carlos de Borbon, y  echaste a reír cuando te diste cuenta que el desenfado de mi intromisión, hecha justa a tiempo, había bastado para terminar con las murmuraciones durante la cena. Y sirvió para que el propio Pablo pasará de la incomodidad a la distensión, y hasta al sentimentalismo cuando otro de los comensales se le acercó con una carta de puño y letra dirigida al Ingenioso hidalgo Don Quijote para que la llevará a su vuelta a España y la enterrara en los azarosos caminos de la Mancha, por donde había transitado quinientos años atrás su héroe…pero esa es una más de entre otras tantas historias benignas y laudatorias que se quedarán en la casa cuando nos hayamos ido. Sin embargo, no tan epigonal resultó aquella otra historia donde, sin que yo conociera las razones, rebajaste  en estima a Zorzenón, quien pasó de papá Noel de los arrendatarios a “viejo ​chamuyero (3)​ y chanta”. Si haces memoria, Pety Badillo, te darás cuenta que nuestro arrendatario sufrió esa depreciación de tu parte poco después de que una tarde yo regresara al hogar de imprevisto, a una inusual hora. La hora en que a diario y con matemática precisión solías quedarte sola en la casa: mis hijas en el colegio; la tuya en el supermercado chino haciendo arqueos de caja ,que para su patrón ​ponja (4) ​nunca terminaban de cerrar; y yo en mi burocráticas obligaciones de empleado público, obligaciones que debí abandonar temprano esa jornada gracias a una imprevista desinfección. No te hagas la desentendida,hablo de aquella misma vez que me resultó extraño encontrar estacionado a esa hora el auto de nuestro arrendatario frente a la vereda de la casona, bajo la sombra de los naranjos en flor. No hace falta que te diga que Intrigado preferí entonces aguardar a  mitad de cuadra oculto detrás de una columna de alumbrado. No es menos cierto también que en ese momento hubiera deseado correr hasta la casa y constatar lo que la imaginación junto con celos me dictaban estaba ocurriendo allí dentro, pero tuve el suficiente autocontrol y aguardé hasta que vi salir de la casona a Zorzenón. Cuando salió me puse a observar si encontraba  algún indicio que lo ligara a lo que inferían mis sospechas. Y lo encontré, pues sumó a su acostumbrado y vacilante modo de andar (propio de un hombre de su edad), un aberrante y sorpresivo acto que lo ponía en evidencia: a la distancia creí ver, con angustioso asombro, cómo extraía su miembro en plena calle, lo sacudía, y luego lo guardaba con íntima satisfacción. Después ya no tardó en hacer arrancar el viejo Falcón (detrás del cual se había ocultado para ejecutar la

asquerosa acción) y marcharse. Entonces salí presuroso de mi escondite y llegue a la casa con el sigilo del que todavía espera encontrar algún rastro, alguna huella comprometedora que confirmara el desliz. El pequeño portón de acceso que franqueaba el patio de invierno permanecía sin llave, así que me deslicé hasta nuestra recámara, y perfilado bajo el umbral de la puerta busqué ansioso dentro del cuarto, no quería dar por hecho que había llegado del todo tarde. Fue entonces que me percaté que te hallabas dentro del toilette, agachada y de espaldas. Según la hoja de ruta trazada por mis celos, no dudé que estabas deshaciendote de la evidencia y que para ello (acuclillada sobre la palangana) abrías con los dedos de la mano izquierda el interior de tu parte púdica y con la palma de la derecha (a manera de aspa)  arrojabas agua bajo las corvas, con la misma celeridad y encomio de quien lava impudicias. Llevabas una corta pollera escocesa, una blusa blanca con encajes, y habías peinado tu cabellera castaña con dos chuletas acicaladas por un par de enormes moños azules. Pensé en otra siesta y en otra casa, donde volvías a ser la frágil adolescente con uniforme de colegiala, acechada en la cocina del domicilio de tu tío Justiniano Perez por la lascivia del nuevo marido de tía Keta, el benemérito sargento mayor Antonio Bentrami,  y me convencí que ese pasado no había huido con los años sino que moraba en tí, incorporado por la fuerza desde la lejana tarde en que por primera vez experimentaras el placer y el dolor del goce, Pety Badillo. Así que sin que notaras mi presencia cerré con delicadeza la puerta y torné a llamar como quien recién llega. Sospechosamente tardaste un par de minutos en salir, sorprendida me diste un beso. Te habías deshecho del uniforme de colegiala, de las chuletas, y del contenido de la palangana. No obstante al no haber escuchado la descarga del inodoro presumí que en él hallaría vestigios de lo que secretamente buscaba. Pero al ingresar al toilette y mirar dentro de las tranquilas aguas del excusado tampoco obtuve pistas. Entonces me enfrentaste para preguntarme qué estaba haciendo. Recuerda que se me ocurrió decirte que buscaba una pérdida de agua, que el vecino me había reclamado por una humedad proveniente de nuestro baño; que sobre la pared de su sala de estar se estaban dibujando manchas mohosas. Te encogiste de hombros, me besaste nuevamente. Tuviste también la precaución o la sagacidad de avisarme que hacía unos minutos Zorzenón había pasado a cobrar la renta. No hubo ninguna pregunta insidiosa de mi parte, solo vi tu lujuriosa belleza impregnando la tarde, y en el rostro cierto arrebol a causa de mi inesperada llegada. Juzgué que con eso ya te delatabas, y olfatee como un animal en celo tu cuerpo todavía palpitante y caliente bajo el flagrante y apretado vestido de entrecasa…  Llegada la noche nuestra pasión corrió a exascerbarse. Recree imágenes. Una de ellas me mostraba tu sexo embadurnado, en transito por la ruta del engaño y del pecado. Sin embargo, un desvío nos condujo al erotismo de los primeros días en esta casa cuando todavía tiritabamos bajo las sábanas del deseo, ¿no es así, Pety Badillo?

 

 

(1) Shushetas: Del lunfardo, elegante, pero también puede significar falluto

(2) Guadalete: Batalla entre árabes y visigodos, ganada por los primeros permitirá la invasión de España por los moros en el siglo VII d.c

 

(3) Chamuyero: Del lunfardo, persona que dice o utiliza chamuyo, palabrería con el fin de impresionar o convencer.

 

(4) Ponja: De origen Japonés o asiatico

 

Comments

Comentarios