—¡¡¡Eduard querido!!! ¿Qué hace rodeado de rollos de papel higiénico y con chaleco anti balas? ¡Esta vez me desconciertan sus alocadas asociaciones con la política?
—¡Cale desde adentro el zapallo en el que vive amigo! ¿Acaso no ve los spots de campaña de los políticos en la televisión y las redes sociales?
—La verdad es que no les doy mucha bola, porque llega un momento que me saturan mucho.
—Mire, en Tafí Viejo proponen poner inodoros para que la gente defeque…
—Ah, con razón está rodeado de papeles higiénicos.
—Claro, imagínese que la gente los necesitará…
—¿Y usted los piensa vender?
—No, amigo, tengo empatía con la gente que sentada en el trono se queda sin papel.
—¡Muy bien, Eduard! ¡Ese es mi amigo! ¿Y el chaleco anti balas?
—Ese me lo puse por la campaña de Ricardito que quiere que todo el mundo tenga portación de armas.
—Entonces, ¿por qué no trajo un revólver en vez del chaleco?
—Amigo, para tener arma, lo primordial es saberla usar. La gente puede matar a sus seres queridos por defenderlos, además que es una propuesta falsa y nostálgica.
—¿Por qué falsa?
—Porque no se la puede llevar a la práctica en este país. Habría que modificar legislaciones que no están al alcance de Bussi.
—¿Y por qué nostálgica?
—Porque Ricardito nació en Estados Unidos, en donde sí cualquier persona puede comprar armas como si fueran caramelos.
—¿En serio?
—Sipi. ¿Acaso no ve en la tele que a cada rato salen locos a matar gente en Estados Unidos?
—Eso ya lo sé, me refiero a cómo es eso de que Ricardito es yanqui.
—Sipi, tiene la doble nacionalidad, porque nació cuando su padre estaba haciendo un curso en la Academia Militar de West Point, creada en 1802 y la más antigua del país del norte.
—Siempre aprendo algo en las charlas con usted, querido Eduard…
—Me alegro, ¿quiere que hablemos de la cárcel construida por presos?
—No, Eduard, cómo me voy a tragar el buzón de que los presos harán sus propias cárceles. Es ridículo que tengan los planos y hasta pueden hacer los túneles de escape…
—Bueh, parece que tomó Avivol B12
—No se haga el bobina, Eduard que no le pago el cafecito que tan bien le vendría con este clima.
—Ni que lo diga, ya me tomé una ginebrita a su salud y su cuenta.
