Revelación de personas que trabajaron para la ex presidenta. Aseguran que nunca le preguntó los nombres ni trató con respeto a sus empleados. Poco amable: hubo maltratos y castigos.

Es difícil que los empleados de Casa Rosada hablen sobre Cristina Fernández de Kirchner. Miran a los costados, bajan instintivamente la voz y sólo después de recordarles que no se revelará su nombre cuentan algunas anécdotas. Una de las empleadas de Ceremonial y Protocolo relató el siguiente diálogo:

—Chica, ¿ya pusiste los frascos de alcohol en gel? —pregunta la presidente Fernández de Kirchner mirándose en un espejo.

—Sí, señora presidente, ya se los entregué al encargado.

—¿El agua baja en sodio?

—Sí, señora presidente.

—Ok. Andate, Chica.

A pesar de verla todos los días, la ex presidente nunca creyó necesario preguntarle su nombre o llamarla de forma más respetuosa. La ex presidente alzaba bebés, saludaba madres y se fotografiaba con todos, pero apenas subía a la camioneta o al helicóptero que la llevaría a Casa de Gobierno, se lavaba compulsivamente las manos y los brazos con el gel antiséptico.

Todavía no llegó

¿Cuál es el horario de los mozos? ¿A qué interno se debe llamar para pedir la comida? ¿Por dónde ingresan los invitados a audiencias oficiales? ¿Quién y dónde debe entregar el bastón de mando? ¿Dónde está la habitación para que los funcionarios de la casa puedan descansar? ¿Dónde deben dejarse los pedidos de patronazgo y de padrinazgo? ¿Cómo deben recibirse los regalos oficiales a los presidentes?

Quienes responden esas preguntas a los recién llegados a la Casa Rosada son los empleados encargados de Ceremonial. Ellos recuerdan que, con el ascenso de Raúl Alfonsín, el Ceremonial fue reglado y actualizado por Ricardo Pueyrredón, el encargado de esa área. Son también los testigos de cómo el protocolo ortodoxo para trabajar en Casa Rosada que debía cumplirse a rajatabla —desde cómo vestirse para ingresar a cómo recibir a los invitados de honor y el cumplimiento de los horarios de las conferencias de prensa— fue relajándose y cambiando con el paso de los distintos gobiernos.

Por ejemplo, cuentan que la puntualidad fue completamente dejada de lado durante el gobierno de Fernández de Kirchner. Muchos de los empleados recuerdan más de una decena de ocasiones en las que los actos, las cadenas oficiales o las comunicaciones oficiales debieron reprogramarse porque la presidente no aparecía a la hora señalada. Con modestia, señalan que esa impuntualidad crónica no les molestaba. Ellos estaban trabajando. Pero tarde o temprano, alguien se quejaba y eran ellos los que recibían esas quejas.

No sólo introducía cambios en el manejo del tiempo; cuando la ex presidente terminaba apareciendo, no lo hacía por el sector planeado sino que se desplegaba todo un operativo de clausura. Muchos recuerdan que una de las formas de saber si estaba llegando era ver el antiguo Salón Colón, ahora denominado Salón de los Pueblos Originarios. Pocos minutos antes de que apareciera, era cerrado para que la presidente pudiese trasladarse por la planta baja de Casa de Gobierno sin cruzarse con el personal administrativo.

Castigado por cumpir

Las dos presidencias de Cristina Fernández serán recordadas por varias razones. Entre los empleados de Casa de Gobierno, los recuerdos de los maltratos sufridos durante esos períodos por parte de diferentes miembros de su gabinete son una constante. Un empleado del área de Prensa de Casa Rosada llega a su oficina. A pesar de que faltó el día anterior, no se lo ve bien, está ojeroso, con los ojos afiebrados y un resfrío que no le da paz.

—Te están buscando desde arriba.

—¿Cómo? —pregunta sorprendido a su compañero.

—Sí, ayer vinieron desesperados preguntando por vos, pero hiciste bien en faltar.

—Me sentía mal. Tengo certificado médico y todo.

—¿Era bueno el médico que te atendió?

—Sí, qué sé yo. Creo que sí.

—Mejor. Llamalo porque me parece que hoy te matan.

—¿Pero qué hice?

—No sé. Viste qué susceptibles están.

El empleado acude a la oficina de su jefe.

—¿Me buscaban, señor? —pregunta con timidez.

—Sí, pibe, vení, sentate. Oíme, ¿vos tenés amigos en Perfil?

—Amigos, no. Conozco a algunos de los periodistas, pero no son amigos.

—Ah, entonces es peor.

—¿Cómo que es peor?

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—Y, sí. ¿Cuánto te dieron?

—¿Perdón? —Que cuánta guita te pusieron. Con cuánto te compraron.

—No entiendo lo que me está diciendo.

—Ah, ¿no entendés? Anteayer, a las 17.48, te llamaron del diario Perfil. ¿O lo estoy inventando?

—No, no, claro que me llamaron. Pero es algo habitual…

—Te pidieron la agenda de la señora Presidente. Vos se la diste. Estuvieron hablando durante 6 minutos.

—Sí pero no veo cuál es el problema…

—No me preguntaste si ese multimedio opositor podía disponer de esa información. ¿Vos no te das cuenta de dónde estás trabajando? ¿Vos no sabés la lucha que estamos dando contra los oligopolios? ¿Vos nos querés cagar?

—Es que yo pensé…

—No, pibe. Vos no tenés que pensar. Vos tenés que preguntarme y recién ahí hacés algo. ¿Se te “escapó” alguna otra información que “pensaste” que tenías que dar?

—No, señor.

—¿Lo podés jurar? Mirá que no es sólo el trabajo de la señora Presidente el que está en juego acá, eh.

—Sí, señor. Sólo les pasé la lista de actividades y nada más.

—Andá, pibe. Agradecé que hoy me agarraste bueno.

Fuente: Infobae

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