Compartimos un nuevo capítulo de “Los perros asesinos II”

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Nueva entrega | Tal como lo viene concretando Diario Cuarto Poder, en conjunto con el escritor tucumano Segundo Díaz, ponemos a disposición de los lectores el tercer capítulo de la novela “Los perros asesinos II”.

LOS PERROS ASESINOS II

 Capítulo 3
       ​El teniente había desayunado leyendo el puntilloso y diario informe que su hombre de confianza, Antonio Bentrami, le arrojaba (ni bien amanecía) por debajo de la puerta del despacho. El informe (que bien podría ser tachado en tiempos normales por arbitrario y soez), un detallado compendio de absurdas e irrelevantes faltas cometidas por personal de esa repartición, parecía armado desde la irracional perspectiva de un loco o desde la natural malevolencia de un degenerado. Sin embargo, el mismo informe puesto a consideración de Schawb se tornaba certero y coherente. Para el militar era un muestrario que ponía al descubierto serias irregularidades en la conducta de los empleados a su cargo. Así mismo era evidente que los informes de su acólito lo ponían de muy mal humor: casi siempre, después de darles íntima lectura, estallaba en furia y vociferaba a los cuatro vientos lanzando terribles imprecaciones. También amenazaba con encargarse en persona de los infractores, y disciplinarlos con correctivos en el mismo lugar de los hechos.
Ese día después del desayuno, en una actitud que ya era repetitiva en él, salió de su despacho, ubicado en el primer piso del viejo edificio, y escaleras abajo, buscando mitigar su rabia, comenzó a apartar a bofetadas a todo aquel que casualmente acertara a cruzarse en su camino y así como un perro rabioso que busca inútilmente morderse la cola, mascullando bronca y destilando pestes, llegó hasta la primera galería de la dependencia. Esta galería tenía la particularidad de tener orientación sureste, y de ser la misma que en otros tiempos más venturosos albergara a los ​“pequeños burócratas​” (1), cuando de ordinario  se reunían a tomar sol invernal en ella. De ese preciso lugar se catapultó el teniente, en medio de la fría y brumosa mañana de junio, a la playa de la repartición, donde antes de la llegada del militar los vehículos operativos yacían arrumbados, convertidos a causa del óxido y el descuido en macilentos cachivaches. Una satisfacción muy íntima embargó al teniente por la transformación evidenciada en playa: eran esos los mismos vehículos que ahora gozaban, por milagro del orden y la limpieza, de un pulcro aspecto irreal…
 Finiquitado el obligado trayecto que debía seguir para llegar a las gancheras (2) ​(que era a donde realmente quería llegar), se situó frente a  estas y con las manos enlazadas a su espalda comenzó a moverse de un extremo a otro, como quien ejecuta una minuciosa revista de tropa. Luego sin hesitar y haciendo uso de una desaforada brutalidad descolgó, de entre un centenar, una blonda bicicleta elegida al azar. En esta proletaria movilidad, utilizada por la mayoría de los agentes de Parques y Jardines, inició el raid que lo trasladó desde la dependencia a su cargo, dicho sea de paso de pomposa arquitectura colonial, hasta el sector aledaño al barroco arco del Hipódromo, donde debía remitirse, según el informe de Bentrami, para dar caza al primer infractor:
Dos hombres descansan de la tarea de retirar basura y musgo del lago, han estado desde el alba ejecutando la ímproba tarea. El ingenio les permite con dos prácticos atrapa mariposas ir colando el agua. Suben lo atrapado al bote y, cuando el peso de la basura reunida amenaza hacer zozobrar la embarcación, reman con presteza hasta la orilla donde depositan la carga solo para volver a empezar. Pero cuando ya han perdido la cuenta de los viajes, por imperio del cansancio la fuerza de los hombres ha menguado. Es así que de común acuerdo han convenido necesario un pequeño recreo para tomar fuerzas y lograr, quizás, en el siguiente viaje completar la misión. Incentivados por tan halagüeña perspectiva se han tumbado inocentemente en la gramilla con el propósito de descansar y ser reanimados por el insuficiente sol invernal. Antes han tenido la precaución de sujetar el bote en el amarradero (3)​, lo han desprovisto de la carga para que permanezca allí, acunado por las híbridas ondas que genera en el agua el soplo de una gélida brisa que deviene del sur. Mientras se someten a tan despreocupada actitud, de la nada se les ha ocurrido poner en práctica un singular pasatiempo: relajados han echado los brazos hacia atrás para acariciar con los dedos el breve césped que los rodea. Pronto descubren que es por demás placentero estar tumbados allí de boca al cielo sin hacer nada, ocupados solo en sentir el leve roce de sus cuerpos sobre la hierba, mientras un cúmulo de nubes deshilachadas y grises van pasando en dirección al cerro.
“Lujurioso pasatiempo el de estos malditos e inútiles vagos” ha reflexionado Hector Mario Schabw, quien ha observado la escena y emitido un juicio de valor desde la dura perspectiva castrense. Lo ha pensado mientras permanece de incógnito, al acecho, camuflado por su uniforme verde oliva, detrás de un ligustro, cual depredador que se apresta a saltar sobre la presa. Al cabo, sin poder contener la cólera, monta en la bicicleta requisada y da un rodeo para sorprender infraganti a los hombres:
-¡Qué carajo creen que están haciendo, par de idiotas!
– ¡Mi teniente primero!
– ¡Firmes!…¡Qué hacen, les pregunté!
– Nada más que descansar mi teniente primero.
-¡Qué estupidez es esa! ¡ Firmes!… En el servicio no se descansa. Si en lugar de su superior lo hubiera sorprendido el enemigo ya estaría muerto, soldado.
– Perdone mi teniente primero pero no somos soldados, apenas un par de simples empleados.
– ¿Sabe en que se convierte el milico que desmiente a un superior?
– No, mi teniente primero. Nunca estuve bajo bandera.
– ¡Se convierte en un Insubordinado!…Y ahora quiero que hable su compañero de faltas. ¡Qué le pasa que no habla, soldado!
– ¡El soldado solo responde cuando se lo pide su superior, mi teniente primero!
–  ¡Exacto, es el tipo de respuesta que quiero escuchar! ,¡ escuche y aprenda, insubordinado, de su compañero de faltas! Me está dando la pauta que usted sí es un buen soldado. ¿Estuvo bajo bandera?
– ¡Sí mi teniente primero, Grupo de Artillería de Montaña 8, Uspallata!
– ¡ Tiene respuestas para todo! ¿Es usted un sabiondo, soldado?
– ¡Soy todo lo que mi superior mande y piense, mi teniente primero!
– ¡ Otra respuesta correcta! ¡ siga escuchando y aprendiendo el insubordinado de su compañero de faltas! ¡Ahora voy a hacer otra pregunta y quiero que me conteste solo el insubordinado!
– Diga, mi teniente primero.
– ¡Sigue respondiendo para el carajo, insubordinado!,¡debió decir mande mi teniente primero que el insubordinado obedece! ¡Dónde dejó el arma, insubordinado!
– No tengo arma mi teniente primero, solo un atrapa mariposas con el que capturar basura del lago.
– ¡La puta madre que lo parió, insubordinado! ¿No le prestó oídos a su compañero de faltas? ¡Idiota, ese atrapa mariposas será un elefante rosado si su superior decide que así sea!
– Le voy a preguntar por última vez, insubordinado ¡Dónde dejó su arma!
– Dentro del bote, mi teniente primero.
– ¡Por qué allí! La misión encomendada, ¿ya fue cumplida?
– Estábamos a punto de terminar el trabajo. Nada más que necesitábamos un pequeño descanso.
– ¿Dijo trabajo?…No sea pelotudo, insubordinado. Me sigue contradiciendo. Le pregunté por la misión encomendada. Un soldado tiene solo misiones a cumplir y nunca otra cosa.
– Sí mi teniente primero.
– Ahora quiero que me responda el soldado de alta montaña ¡Donde dejó el arma, soldado!
– ¡La tuve todo el tiempo conmigo, mi teniente primero!
– ¿Le parece esa un arma, soldado?
– ¡Será todo lo que mi superior mande y ordene que sea, mi teniente primero!
– ¡Correcto! Y, ¿por qué la retuvo siempre consigo, soldado?
– ¡Porque un soldado nunca abandona su arma, mi teniente primero!
– ¡Correcto de nuevo! Terminó de convencerme…¡Es usted un buen soldado, carajo! Y ahora concluya con la misión.
– ¡A la orden, mi teniente primero!
– Y usted, insubordinado ¿Adonde cree que va?, grandísimo pelotudo.
– Con mi compañero de faltas a terminar el trabajo, mi teniente primero.
– Usted acaba de ser cesanteado sumariamente, y vendrá conmigo a la repartición para que en oficina de personal se le notifique la cesantía.
– Pero ¿qué hice?, mi teniente primero.
– Cometió la mayor falta que puede cometer un soldado en tiempo de guerra, abandonó su arma…¡Mierda!
 (1) “Pequeños burócratas”​: Empleados (públicos) administrativos de bajo rango.
(2) ​Gancheras​ : Espacio dentro de una playa de vehículos dotado de ganchos donde se cuelgan bicicletas..
(3) ​Amarradero​: poste o argolla que sirve para amarrar una embarcación o un animal.

Datos del autor

Segundo Orlando Díaz, escritor, poeta y periodista tucumano. Publicó los libros, “Mis parientes rurales” (relatos cortos); “Canto del Enamorado” (poesía); “El paraje encantado” (novela de terror); “Los perros asesinos” (novela histórica); “Los detectives holográficos” (novela de ciencia ficción) y su última publicación fue “Relatos Subliminales” (cuentos breves).

Segundo Díaz escritor
El escritor tucumano Segundo Díaz.

Recibió distinciones y reconocimientos a lo largo de su trayectoria. Algunos de sus trabajos, tanto literarios como periodísticos, han sido publicados por Diario Cuarto Poder, del que es asiduo colaborador.

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