Vigilia nocturna en la calle, mientras se trata en el Congreso de la Nación la ley de despenalización del aborto.

Es Rodríguez Peña y Rivadavia y faltan veinte minutos para la medianoche. El calendario dice otoño pero esta noche dice invierno. Maia levanta por encima de los hombros un aislante de esos que separan el cuerpo de lo frío que está el piso y que parecen forrados con papel de aluminio. Es un faro improvisado para que sus amigas, más o menos dispersas entre la Plaza de los Dos Congresos y la vereda de enfrente y rodeadas de a centenas de personas, se reúnan. Están buscando dónde desplegar esos aislantes, dónde sostener la espera de las horas que faltan para que los diputados voten si le dan media sanción a la legalización del aborto, o si la niegan.

Del lado verde de las manifestaciones, donde se concentran quienes están a favor del proyecto de ley, Callao está ocupada. Entre Rivadavia y Perón es entre difícil e imposible caminar. Desde ahí hasta Corrientes, y en Rodríguez Peña o Riobamba, hay un poco -no mucho- más espacio. Así fue durante toda la tarde y así, parece, será durante buena parte de esta noche de vigilia. Algunas pruebas: la fila para hacer pis en una estación de servicio, la espera para comprar una gaseosa o una cerveza en un kiosco, el amontonamiento en el bar que vende minutas y transmite en vivo la sesión de la Cámara Baja, las varias centenas de adolescentes que escuchan a los legisladores en una pantalla sobre Rivadavia, los empujones involuntarios de cuando la calle no es tan ancha como su afluencia.

En Entre Ríos e Hipólito Yrigoyen, unas veinte personas rezan en ronda. Están parados, algunos cierran los ojos, una mujer sostiene un póster con una imagen de la Virgen María y un hombre abraza a sus dos hijos, uno de cada lado. Sandra, sentada contra las vallas que separan a los manifestantes del Congreso, pregunta si Carrió llegó al recinto. “Siempre falta, hoy tiene que venir así vota en contra”, dice, en relación a la diputada de la Coalición Cívica a la que, hasta ahora, no se la ha visto en en el debate. Revisa su celular, conectado a un cargador portátil: allí están los horarios en los que sus compañeros de la capilla San Cayetano, de City Bell, rezarán un rosario en sus casas.

La pantalla que transmitía la sesión de Diputados en el escenario de Entre Ríos y Moreno se apagó: quedaban delante de ella una cincuentena de personas. Después de terminado el acto del lado celeste de estas calles, conducido por Viviana Canosa y en contra de que el aborto sea legal, la desconcentración fue más o menos rápida y casi total, aunque quedan algunos manifestantes que quieren pasar la noche aquí, hasta que los legisladores voten. Llenar un termo con agua caliente cuesta diez pesos y se vuelve no sólo una forma de levantar la temperatura mate mediante, sino de mover un poco el cuerpo y combatir el frío.

“¡Empanades!”, grita una vendedora sobre la avenida Callao, a una cuadra del escenario montado por la Campaña Nacional por el Derecho al Aborto Legal, Seguro y Gratuito. El guiño al lenguaje inclusivo hace reír a quienes la escuchan. En el cordón de la vereda, un grupo de amigas que llegó desde Lanús repasa el inventario: jarros térmicos, polainas de lana, medias de repuesto y toda la yerba que tenían a mano. “Nos vamos a quedar hasta que se vote, hay que estar en la calle: que los diputados sepan que estamos en la calle”, dice Camila, de 19 años y con las mejillas verde brillante.

“Hay que poner el cuerpo y ponerlo con coherencia: ser pacífico en la manifestación. Estoy acá porque, así como está, el proyecto plantea humanos de segunda porque estamos discutiendo cuándo empieza a valer una vida”, dice Francisco, de 29 años, con termo debajo del brazo, bufanda y una ronda de mate que se le improvisa alrededor porque tiene agua caliente. Detrás suyo, un hombre levanta un cartel: “Nadie menos”.

Del otro lado, del verde, también abundan las rondas de mate. “Tu voto en contra para nuestro derecho será mi voto en contra para vos”, dice un cartel. Es una advertencia: no van a renunciar al aborto legal.

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