Hace 15 días no tenía puntos y estaba casi eliminado de la Libertadores. Ganó tres partidos al hilo y ahora depende de sí para llegar por primera vez a octavos de final.

“Tal vez nos daremos cuenta más adelante de lo que estamos haciendo”, sostuvo Gervasio Núñez el último miércoles, después de la victoria 1 a 0 frente a Peñarol. Quizá esa imposibilidad de dimensionar en tiempo real los hechos sea consecuencia de la velocidad a la que está transcurriendo la historia reciente de Atlético Tucumán. Demasiadas cosas han ocurrido demasiado rápido en la vida del Decano.

Hace apenas 15 días, el conjunto dirigido por Ricardo Zielinski ocupaba el último puesto del grupo C de la Copa Libertadores. Su cuenta de puntos estaba seca después de las derrotas ante Libertad (2 a 0 en el Monumental José Fierro) y Peñarol (3 a 1 en el Campeón del Siglo de Montevideo). La clasificación a octavos sonaba a sueño afiebrado de algún simpatizante demasiado fanático.

Sin embargo el panorama cambió radicalmente en apenas dos semanas. En ese lapso, el elenco tucumano despachó en fila a The Strongest, primero en La Paz (fue el primer triunfo de un equipo argentino en esa ciudad en 48 años) y luego en casa, y a Peñarol, pentacampeón de la Libertadores y tres veces ganador de la Copa Intercontinental.

Esos nueve puntos catapultaron a Atlético al segundo puesto de su zona y dejaron la clasificación en su mano: si gana o empata con Libertad, en Asunción, accederá por primera vez en su historia a la fase de eliminación mano a mano del principal certamen continental de clubes. Incluso podría avanzar aun perdiendo si Peñarol no supera a The Strongest en Montevideo.

La chance es histórica para un club que hace apenas dos años y medio militaba en la Primera B Nacional. Desde que concretó su ascenso, el 8 de noviembre de 2015, tras vapulear 5 a 0 a Los Andes en la penúltima fecha del torneo, los fotogramas de su película empezaron a correr más rápido en el proyector.

El quinto puesto en la tabla general del torneo de Primera de 2016, que le dio la clasificación a la Libertadores del año siguiente. Esa primera participación con tintes épicos, con un triunfo heroico en la altura de Quito luego de un viaje alocado, una victoria contra el histórico Peñarol y una derrota con honor frente a Palmeiras en San Pablo en la última fecha del grupo. El subcampeonato en la última edición de la Copa Argentina. Todo eso antes de esta nueva experiencia continental.

Y, en el medio, una reconfiguración importante del equipo. Porque a mediados del año pasado no solo cambió de entrenador (se fue Pablo Lavallén y llegó Zielinski), sino también perdió a medio equipo titular: partieron Bruno Bianchi, Leonel Di Plácido, Ignacio Canuto, Cristian Menéndez y Fernando Zampedri.

Se rearmó con buena mano para contratar: llegaron futbolistas que respondieron de inmediato, como Augusto Batalla, Yonathan Cabral y Gervasio Núñez. Surgieron algunos pibes de inferiores como Gabriel Risso Patrón. Y se sostuvo, como desde hace años, sobre la ancha espalda de Luis Miguel Rodríguez. A los 33 años, el emblema simoqueño sigue siendo el faro que ilumina a este equipo soñador al que nadie quiere despertar.

fuente: clarín

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