Por primera vez desde la Segunda Guerra Mundial, un partido de extrema derecha tiene grandes posibilidades de ingresar al Parlamento alemán después de las elecciones legislativas de pasado mañana: Alternativa para Alemania (AfD) tiene entre 10 y 12% de intenciones de voto. De confirmarse, esos resultados le permitirán superar el umbral de 5% necesario para ingresar al Bundestag.

La extrema derecha podría disponer, según esas cifras, de entre 60 y 80 diputados en la Asamblea. Un electroshock político para los demócratas alemanes que manifiestan en voz alta su desconsuelo. “Tengo que reconocer que me encuentro sumido en la tribulación. Porque sé que cuando vuelva a este recinto, auténticos nazis habrán hecho su regreso a la tribuna del Reichstag por primera vez desde 1945”, dijo el ministro de Relaciones Exteriores, Sigmar Gabriel, en su último discurso ante los diputados.

Los dirigentes de la AfD, por su parte, todavía no pueden creer en su buena estrella.

“Por primera vez en la historia moderna habrá una voz de oposición en el Parlamento federal. Hemos aprendido que lo imposible era posible”, dice Beatrix von Storch, nieta del ministro de Finanzas de Hitler, Johann Ludwig Graf Schwerin von Krosigk.

Hace seis meses, esa ilusión parecía irrisoria. La AfD acababa de obtener resultados mediocres en dos elecciones regionales. Con la derrota estrepitosa del Frente Nacional en Francia y el Partido Popular Liberal y Democrático en Holanda, la ola populista en Europa parecía un fenómeno del pasado.

Pero ahora, ante la decepción de la campaña del candidato socialdemócrata Martin Shulz, muchos electores anti-Merkel parecen decididos a creer en las falsas promesas de la extrema derecha.

Los desheredados del modelo económico de Angela Merkel son, justamente, los principales seguidores de la AfD, que nació en 2013 como expresión de hastío y hartazgo de un sector de la población frente al euro, la parálisis de la Unión Europea, la crisis económica que se arrastra desde 2007 y las frustraciones que acumula un continente estancado y sin futuro visible.

La AfD “atrae a muchos postergados del sistema [y] a los perdedores de la reunificación”, sostienen Franco delle Donne y Andreu Jerez de Factor en su libro El retorno de la ultraderecha a Alemania.

Aunque stricto sensu no puede ser considerado como neonazi, porque no manifiesta ninguna nostalgia por el Tercer Reich y evita reivindicar su ideología, toda su prédica está basada en ideas racistas, xenófobas, hostiles al islam y al millón de refugiados que llegaron al país desde 2015.

“Queremos la Alemania que heredamos de nuestros padres, no una Alemania multicultural”, suele proclamar Alexander Gauland, que codirige el partido con la candidata a la cancillería, Alice Weidel. “El islam no pertenece a Alemania”, insiste en medio de las aclamaciones de su público.

Racistas, sexistas, patrióticos, ulraconservadores… Los afiches de la AfD son tan provocadores que es casi legítimo preguntarse si no se trata, en realidad, de una sátira cuyo blanco sería precisamente el partido de extrema derecha alemana.

Pero no es así. La AfD es la responsable de esos carteles y eslóganes como: “¿Burka? ¡Yo prefiero el borgoña!”; “The Germans? Will not finance you a better life (en inglés en los afiches: “¿Los alemanes? No te financiarán una vida mejor”), o bien “¿Nuevos alemanes? ¡Los hacemos nosotros mismos!”

Algunos carteles de esa serie, bautizada TrauDichDeutschland (¡Osad, alemanes!), provocaron una lluvia de reacciones en las redes sociales y los medios. Por ejemplo uno, que muestra un pequeño cerdo fotografiado en un prado lleno de flores, acompañado con el siguiente mensaje: “¿El islam? No va para nada con nuestra cocina”.

Críticas

A pesar de su prudencia cuando se refiere al pasado, Gauland también resbaló peligrosamente en un video difundido el 14 de septiembre cuando elogió a los soldados de la Wehrmacht. Esa declaración provocó una avalancha de críticas de los medios políticos, incluyendo una reacción del ministro de Justicia, Heiko Maas (socialdemócrata), que publicó en Twitter una foto del campo de concentración de Auschwitz afirmando que no había que olvidar “los crímenes cometidos por Alemania”.

El comportamiento de la AfD en los tramos finales de la campaña tampoco es un modelo de democracia. En forma sistemática, grupos de militantes de la AfD se dedican a silbar y abuchear los actos de Angela Merkel, y a interrumpir los discursos de la canciller.

Su candidata a canciller, que no cesa de reclamar la expulsión de los refugiados indocumentados, acaba de ser sorprendida con las manos en la masa: el prestigioso semanario Die Zeit descubrió que Alice Weidel emplea en negro a una demandante de asilo siria.

Weidel quedó en el epicentro de una fuerte polémica cuando se supo que esa economista políglota, de larga experiencia laboral en Asia y lesbiana confesa, paga sus impuestos en Alemania, pero vive la mayor parte del año en la ciudad helvética de Biel con su compañera, una suiza nacida en Sri Lanka con la cual tienen dos hijos.

Aunque esas revelaciones mostraron que Weidel vive una realidad diferente a las ideas que proclama, no parece haber sido afectada por el escándalo.

Fuente: La Nación

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