Algunas de las soluciones que proponen los desarrolladores nacionales ante el cambio de paradigma y el avance de las nuevas tecnologías. Ejemplos en dos, tres y cuatro ruedas.

El tan anunciado cambio de paradigma en la movilidad ha llegado, y ya estamos empezando a ser testigos de él. Las propulsiones alternativas (principalmente la eléctrica), el manejo autónomo (de la mano de la inteligencia artificial) y el abandono paulatino de la propiedad individual de vehículos, nos harán vivir más temprano que tarde una transformación tan profunda como cuando a comienzos del Siglo XX la gente dejó de viajar en caballos y carretas para pasar a hacerlo en vehículos autopropulsados como motocicletas y automóviles. En este escenario de cambio, el diseño jugará -ya está jugando mejor dicho- un papel crucial.

Claro que este gran cambio está comenzando por las regiones más avanzadas, pero abre un panorama propicio para que en los países periféricos (como el nuestro) se generen interesantes iniciativas, motorizadas por la gran inventiva y la pasión que nos caracteriza.

A nivel institucional hay algunas señales de apoyo que se ven desde el Estado nacional para fomentar estas oportunidades, pese a que todavía aparecen más como promesas que realidades. Mientras tanto, varios emprendedores argentinos ya se han puesto en carrera, con propuestas muy interesantes desde el punto de vista del diseño.

En este escenario, hay tres productos en una fase de desarrollo avanzado, que por ser muy distintos entre sí -van de las 4 a las 2 ruedas- nos brindan un buen panorama de lo que nuestro país es capaz de producir. Además, un dato interesante: ninguno de estos tres proyectos está radicado en la Ciudad de Buenos Aires, lo cual aporta una refrescante cuota de federalismo creativo al asunto.

Desde el conurbano bonaerense, el empresario Carlos Ptaschne se propuso recrear el Rastrojero -ese mítico vehículo utilitario desarrollado y producido en nuestro país entre 1952 y 1979- pero adaptándolo a las nuevas tecnologías disponibles en materia de propulsión eléctrica.

Desde una perspectiva estilística, meterse con autos ya desaparecidos que están muy arraigados en la cultura popular siempre implica un gran riesgo, ya que hay muchas cuestiones emocionales puestas en juego. En el caso del Nuevo Rastrojero la propuesta de diseño va hasta los cimientos que le dieron vida a su antecesor: utilidad pura y bajo costo operativo. En otras palabras: hacerle ganar plata a su dueño. Está ideado casi exclusivamente para su uso agrícola, como una herramienta de trabajo y movilidad para productores de alimentos. No hay pretensiones de eficiencia aerodinámica (ya que no está pensado para desarrollar grandes velocidades) y por eso los volúmenes son muy marcados y las superficies planas, verticales y totalmente despojadas de elementos decorativos. Por eso el resultado es una apariencia muy rústica, casi militar, que va en línea con el carácter noble, humilde y trabajador que el vehículo pretende transmitir. Las referencias a los modelos de antaño van desde lo funcional, con las barandas de la zona de carga diferenciadas y rebatibles, hasta lo emocional, con una mirada de ojos redondos dibujada por LED (el toque tech), enmarcados en una gráfica cuadrada como en el modelo de 1968. Esa referencia emotiva está bien lograda, y el desafío que queda para el equipo de diseño liderado por el joven Facundo Castellano Dávila, es terminar de dar los toques estilísticos para lograr comunicar lo que el vehículo pretende ser: una herramienta.

En Paraná, Entre Ríos, los hermanos Guillermo e Iván Gebhart están desarrollando desde 2012 una motocicleta eléctrica de alta performance y de diseño ciento por ciento nacional. Tratándose de una moto de uso mayormente urbano, la tipología elegida es la naked, en alusión a que carece de carenado y deja desnudo el bastidor tubular y el motor. Lo particular es que ese tipo de motos basan gran parte de su impacto visual en esos componentes mecánicos, que configuran un código estilístico en sí mismos: una especie de exaltación del motor a combustión a la vista. Cuando se trata de un motor eléctrico, en cambio, todos los componentes son más bien cajas negras que carecen de ese particular atractivo. Ahí radica el desafío estético en el diseño de la Voltu: cómo fusionar los elementos de clásicos (como los cuadros tubulares, el acero, el cuero, las soldaduras artesanales) con una idea de ruptura tecnológica que la moto necesita transmitir.

Y hay que decir que el resultado -aún en desarrollo- es bastante impresionante: además de una postura exagerada, propia de una superbike, la V1 es una buena combinación entre clasicismo, modernidad y alta tecnología. Es muy interesante todo el trabajo de líneas diagonales que le dan un gran dinamismo, pero sobre todo el uso del color como recurso de tensión visual, para compensar la mencionada ausencia de las típicas piezas y elementos metálicos. Hay que decir que el (también joven) diseñador industrial Ariel Marioni está muy bien encaminado para lograr una moto “alternativa” convincente, capaz de rivalizar tanto con las convencionales como con los nuevos productos eléctricos de dos ruedas, que no tardarán en invadir el mercado.

De todos estos nuevos productos de nueva movilidad que se están desarrollando en el país, el más interesante -por los desafíos de diseño que plantea- es el triciclo eléctrico Milla, que está siendo desarrollado por la startup rosarina GreenGo. El Milla puede transportar hasta tres pasajeros con propulsión eléctrica (que puede ser complementada con pedales), con bajo costo y casi nulo impacto ambiental y sonoro. Inicialmente, está pensado para circular por lugares restringidos, como barrios cerrados, parques u otros grandes predios, pero también por bicisendas y -si la legislación alguna vez lo permite- por las calles de la ciudad. Es un tipo de vehículo que está empezando a verse cada vez más por grandes urbes del primer mundo pero que para la Argentina representa una novedad.

Desde el punto de vista del diseño, crear una nueva tipología de vehículo presenta múltiples desafíos. Para empezar, implica despojarse de todos los códigos estilísticos previos -ya sean automovilísticos o ciclísticos- y partir desde cero o, mejor dicho, partir estrictamente desde el paradigma forma-función. Por eso es casi natural que su carrocería adopte una morfología de cascarón o “huevo” ya que esta es la forma más lógica de albergar a los pasajeros. Y también la más segura: piénsese que no hay contenedor más resistente en la naturaleza -en función de la cantidad de material usado- que precisamente un huevo. Por otra parte, las superficies redondeadas también son mucho más seguras para los peatones ante un eventual impacto. El Milla implica una vuelta a un diseño orgánico y natural, aún en un contexto en el que estamos acostumbrados -por los autos- a que las formas que transmiten sensación de seguridad sean más lineales, pesadas y cuadradas.

Teniendo en cuenta que el ancho está delimitado por el tamaño de una bicisenda, la estabilidad visual es otro factor clave, aun considerando que su velocidad máxima está limitada a unos 35 o 40 km/h. Por eso el predomino del largo por sobre el alto, con una distancia entre ejes considerable, que también colabora para darle habitabilidad y una forma más estilizada al vehículo. Para la parte puramente estética, el GreenGo recurre a ciertos códigos que ya están intuitivamente asociados a la movilidad eléctrica y sustentable: las formas blandas, limpias y simples, el uso del blanco como color principal y detalles muy destacados -generalmente lineales- en colores verde manzana o azul claro.

Si bien es un producto totalmente alejado de la estética automovilística (y mucho más cercana al diseño industrial), se nota que detrás de la factura del Milla hay una mano muy experta. Y así es: se trata de un reconocido diseñador de autos argentino, pero la empresa todavía no da a conocer su nombre por una estrategia comunicacional.

Como corolario, solo queda señalar que estos tres ejemplos son una buena muestra del talento y el empuje emprendedor que este país es capaz de producir cuando aparecen buenas oportunidades. Cabe preguntarse cuánto más se podría avanzar si el apoyo a estos emprendimientos se convirtiese en una verdadera política de Estado.

Otras iniciativas en marcha

Las bicicletas Brina 1.0 ya están en el mercado a un precio de entre $ 35.000 y $ 65.000 dependiendo de la potencia y el tamaño de la batería. Más allá de ser el único producto que ya se comercializa, las bicicletas de E.MOV se destacan por un diseño (de Gabriel Muñoz) y una terminación muy cuidadas.

El caso del Sero Electric es distinto, ya que es un desarrollo argentino pero basado en un modelo italiano, el Movitron Teener. La empresa Dadalt, de La Matanza, se encargó de hacer la adaptación correspondiente para su producción local. Estéticamente, el Sero es un poco rústico, si bien bastante simpático, acorde a su propósito 100% utilitario. Tiene un tamaño algo menor al de la primera generación de Smart ForTwo, y son claras las diferencias en cantidad y calidad de trabajo estilístico entre uno y otro, aunque también lo es el precio (se estima que el Sero costará unos US$ 10.000). Sería una gran cosa que tenga éxito como para que el siguiente modelo de la empresa conducida por Pablo Naya sea diseñado aquí.

Fuente: La Nación

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